De sobra es conocido por todos que el pasado 15 de julio de 2016, a última hora de la tarde, una facción del Ejército Turco, perpetra un golpe de Estado, que fracasa estrepitosamente al cabo de unas horas. Los responsables del levantamiento, así como las causas y circunstancias del mismo, aún nos son desconocidas, o cuando menos, confusas, por lo que, trataremos de confeccionar una hipótesis que pudiera ser catalogada como atrevida.

Desde que en el año 2003, Tayyip Erdogan alcanzase el poder, de manera paulatina y progresiva, ha ido socavando el legado de Mustafá Kemal Atatürk, fundador de las bases del moderno Estado de Turquía, (antiguamente el Imperio Otomano), quien, durante su mandato, entre otras medidas de carácter histórico, por el calado de las mismas, abolió la vestimenta otomana, prohibió el uso del velo en los edificios públicos, sustituyó el alfabeto arábigo por el latino, implantó el calendario gregoriano, suprimió el califato y las cofradías religiosas, instauró un ordenamiento jurídico basado en las fuentes del Derecho Europeo, concedió el derecho de voto a todas las mujeres, y en última instancia, secularizó globalmente a la atrasada sociedad turca.

Como decíamos, a lo largo de estos últimos años, y muy especialmente, desde que en el año 2014, Erdogan se convirtiese en presidente de la República de Turquía, ha iniciado un severo proceso de islamización del País (construcción de miles de mezquitas y escuelas islámicas nuevas, restricción de la venta y consumo del alcohol, posibilidad de portar el velo islámico por parte del personal de la Administración pública, etc...), por medio del cual, y gracias a un ingenioso oportunismo político, ha irrogado un severo recorte de derechos y libertades, persiguiendo y encarcelando a opositores y periodistas críticos con su carácter personalista y autoritario. Un claro ejemplo de esta última afirmación, radicaría en el hecho, de que desde el inicio de la guerra civil Siria, Erdogan siempre apoyó activamente, a los grupos rebeldes que luchaban contra el Régimen de Bashar al-Ásad, entre ellos, el frente Al-Nusra y el Estado Islámico (hasta el punto que sobre la familia de Erdogan, pesa la sospecha, de que han obtenido cantidades ingentes de dinero, por medio del contrabando del petróleo con el que traficaba el ISIS), hasta que las matanzas indiscriminadas perpetradas por estos dos grupos, y su extremismo religioso, devino en una situación insostenible para la diplomacia turca, el poder seguir apoyando a los mismos, ante lo cual, Erdogan decidió cambiar de estrategia, permitiendo a EE UU y a la Coalición Internacional, el uso de sus bases militares para poder combatir a las facciones antes mentadas, y aprovechando la coyuntura que le proporciona a Turquía, el nuevo papel que desempeña, en la lucha contra el que hasta hace poco era una organización amiga (Estado Islámico), decide emprender una campaña de fuerte represión contra los territorios kurdos en Turquía, en nombre de la lucha contra el terror.

Por todo ello, conociendo los antecedentes de Erdogan, y analizando con más detenimiento los acontecimientos de la asonada militar del pasado viernes 15 de julio, no es de extrañar, por descabellado que parezca, que Erdogan pudo organizar, o cuando menos propiciar o estimular, el intento del golpe de Estado, para la consecución de sus fines personales, que en última instancia, pasarían por una purga del estamento militar, que recordemos son sus más acérrimos enemigos, pues al fin y al cabo, el ejercito siempre ha sido el garante o el guardián de la laicidad del Estado Turco.

Lo primero que llama la atención, es la escasa participación de miembros de las fuerzas armadas, en el golpe de Estado, cuando el ejército turco es uno de los más numerosos del mundo, con aproximadamente, 612.600 efectivos, y máxime cuando históricamente siempre ha sido proclive, a subvertir el orden democrático por la fuerza (el último golpe de estado militar se remonta a 1997). Los datos de los que disponemos hasta ahora, hacen presuponer que solo hubo alzamientos (y con pocos efectivos) en las dos principales ciudades del país, Ankara y Estambul. Desde el inicio de la revuelta, siempre se achacó la sublevación militar a una reducida facción del ejercito, cuando es un hecho notorio y pacífico, que la generalidad del estamento militar siempre ha mostrado su disconformidad, al proceso de islamización emprendido por Erdogan.

En segundo lugar, los militares golpistas cometieron un error de novato, al no secuestrar simultáneamente al presidente de la República y al primer ministro turco (solo consiguieron retener al Jefe del Estado Mayor), cuando además, el primero de ellos (Erdogan), se encontraba de vacaciones en el interior del país, y por ende, sin tener posibilidad de acceso, a un fuerte contingente, que le pudiera proteger respecto a un ataque militar. Esto a la postre, supondría el fin precipitado del golpe de Estado, pues en torno a las diez de la noche (hora turca), Erdogan, mientras era entrevistado por la televisión por medio de su móvil (todo ello retransmitido en directo), se dirigió al conjunto de la nación, pidiendo que todos los ciudadanos salieran a la calle, a ocupar las plazas y lugares más simbólicos de sus respectivos pueblos y ciudades, de cara a frenar el levantamiento militar. Dicho y hecho, al cabo de horas, y de enfrentamientos encarnizados entre civiles y policías por un lado, frente a los militares, la intentona de golpe de Estado fracasaba.

Tales errores, junto con otros muchos no citados, son impropios, del que es considerado por todos los expertos, como uno de los ejércitos mejor preparados, con más experiencia y más efectivos del mundo, al situarse entre las diez potencias militares del mundo. Todo hacía presagiar, que una sublevación militar, con los medios y las circunstancias descritas, estaba abocada al más absoluto fracaso, pero aún así, de manera ciertamente desesperada, se procedió a ejecutar la misma, con el trágico desenlace que por todos es conocido. Transcurridos unos días tras la tentativa de alzamiento militar, los acontecimientos que se han sucedido, no han podido ser más beneficiosos para los intereses de Erdogan. Su posición, tanto interna como externa, sale fuertemente reforzada, en un período en el que se estaba discutiendo abiertamente su figura. Las purgas en todos los estamentos sociales han sido masivas, con un recuento hasta la fecha, del arresto a unos 20.000 militares, jueces y policías, así como a la suspensión de otros 15.200 funcionarios de la Administración turca, y la revocación de la licencia para ejercer de 21.000 profesores y maestros que trabajan en instituciones privadas por tener vínculos con "actividades terroristas".