Según parece, vuelve a estar de actualidad el tema del Museo de la Semana Santa, una de las manifestaciones religiosas y culturales más significativas de nuestra ciudad, nuestra tierra y sus gentes. La relevancia adquirida es asombrosa no solo por el número de miembros sino por la importancia y categoría de las manifestaciones que llevan a cabo, sin olvidar el patrimonio que constituye por sí solo uno de los más ricos, interesantes y atractivos de toda la geografía española. Todo esto exige, como principio básico y fundamental, un equipo directivo capaz de responder al inmenso cúmulo de atenciones que exige un colectivo de tal envergadura. Esta directiva, ha de tener la responsabilidad de atender a ese conjunto. Yo creo que sin exageración alguna, y con el mayor respeto, deberían comenzar por hacer desaparecer los atípicos locales semanasateros que últimamente han proliferado rompiendo la unidad imprescindible para una institución de tal categoría y volumen. Llegados a este punto, surge la necesidad de plantear y resolver la cuestión de un museo capaz de acoger con la dignidad que se merece nuestra Semana Santa y el museo debe responder, desde el lugar de su emplazamiento, hasta el más pequeño detalle, a la misma categoría de lo que se guarda en su interior.

Y llegado este momento, nos vamos a situar en ese inmenso espacio que nos recuerda el monasterio de las Concepcionistas, al final de la Rúa de los Notarios, un cuadrilátero solo roto en dos ángulos que podemos delimitar aproximadamente norte sur. Este solar con un fondo de terreno arqueológico que supera sin duda dos metros como nos indican dos referencias muy cercanas, el Portillo, de la Traición y la puerta del Mercadillo. Naturalmente, el estudio y limpieza del solar, exigiría una laboriosa y tensa tarea de especialistas que alargaría en el tiempo el comienzo de las obras. Otra posible solución ofrece el solar situado enfrente, lugar idóneo ya que se sitúa en el casco histórico de la ciudad y de una amplitud similar al anterior. Tanto uno como otro, o incluso ambos, serían adecuados para albergar el edificio que, por supuesto, sería imprescindible que respondiera al lugar histórico en el que se levanta y en su conjunto. Todas sus características se adaptarían al entorno, no solo para no romper el contexto, sino para completar el ambiente del lugar, desde los materiales al propio diseño y detalles.

Esta solución exigiría una coordinación muy clara y definida de la propiedad y de todas las instituciones que deberían responder a este problema que constituye un reto obvio y patente para la Semana Santa de Zamora, hoy por hoy, uno de los acontecimientos más destacados de su actualidad.