Pues parece que se está llegando a un punto máximo de tensión: o desbloqueo a base de pactos y abstenciones o tomar nuevamente el camino de las urnas para unas terceras elecciones generales allá para noviembre. No es que los españoles estemos mal sin Gobierno, porque en realidad la mayoría se siente mejor que nunca, con ese fondo ácrata del ser humano, pero hay que reconocer que el país tiene muchos problemas fuera y dentro de casa, y que sería bueno llegar a una solución cuanto antes, incluso aunque se diese paso a un Ejecutivo con los 137 escaños del PP, un intento de duración muy limitado dado que la gobernabilidad quedaría claramente en poder de la oposición mayoritaria.

Y todo eso suponiendo que Rajoy acate la Constitución -esa que tanta invoca contra los afanes separatistas de los catalanes en vez de tomar medidas más drásticas- y acuda a la sesión de investidura como es su obligación al contar con el mandato expreso del rey y como le recuerdan constantemente el resto de los candidatos. Pero desde el PP no se inmuta nadie y ahí está su equipo dando explicaciones a cual más peregrinas y surrealistas acerca de la postura ambigua de Rajoy. El presidente en funciones se va a reunir estos días nuevamente con Sánchez y Rivera, a ver si saca algo.

Pero ni por el bien del país, como gustan de puntualizar todos y cada uno de ellos, sabiendo que nadie les cree, porque la credibilidad de todos ellos está por los suelos. Los líderes socialistas y centristas acudirán a la cita, pero al menos con Sánchez no existe la menor posibilidad de acuerdo alguno, dado su reiterado rechazo a tal posibilidad, y tampoco parece que Rivera vaya a ceder otra vez y dar el sí después de anunciar a bombo y platillo la abstención de su partido, aunque cualquiera sabe. Otra cosa puede ocurrir si más adelante vuelve a tener Rajoy una oportunidad más para la investidura.

Si entonces la situación continúa sin desbloquearse habrá que volver a las urnas sin remedio, algo que, sin embargo, podría resolverse solo con que el líder del PP diese un paso atrás y dejase vía libre para nombrar un nuevo candidato, capaz de llegar a pactos. Encontrar esa persona sería el problema pues la perspectiva a la vista en ese sentido es la de un páramo solitario, con Cristina Cifuentes, si acaso, como una opción inteligente y con buen oficio Pero Rajoy no se va ni a rastras, a no ser que lo eche un un Gobierno que pudiera salir de una nueva investidura de Pedro Sánchez -más improbable aún que la del PP- si el rey, en caso de fracasar Rajoy, cediese el testigo al candidato del PSOE.

Porque mientras se mantengan las cosas y las personas, los visos de arreglo son tambores lejanos. El PSOE no va a gobernar con la derecha ni a facilitar la investidura de Rajoy, aunque a ello no se canse de animar un Felipe González convertido en una patética caricatura de sí mismo, que esto es España y no Alemania. La abstención socialista, añadida a la de Ciudadanos, sería la única fórmula posible para un Gobierno minoritario y en ese sentido las presiones no cesan por todo los lados y todos los medios. Pero solo sin Rajoy podría llegar a ser realidad. Y eso, en octubre próximo ya.