Hace tiempo, mucho tiempo, que los católicos de todo el mundo estamos en el punto de mira de los grupos terroristas. Desde la irrupción del Dáesh en mapa tan terrorífico, los sacerdotes y religiosos se han convertido en dianas de ese odio mortal que les lleva a morir matando de forma tan espantosa, como hicieron el pasado martes con el padre Jacques Hamel, párroco auxiliar de la Iglesia católica de Saint-Etienne-du-Rouvray, localidad francesa muy cercana a Rouen.

El padre Hamel contaba 86 años. Era un hombre de paz, un hombre bueno y bondadoso, nacido para el servicio a la Iglesia, que somos todos los católicos. Por eso, a edad tan avanzada, no había querido saber nada de jubilación. Ordenado de sacerdote en 1958, celebró sus bodas de oro en 2008 tras rendir cincuenta años de servicio que tras el punto y seguido que se impuso, han tenido un punto y final trágico, desolador, angustioso.

Dos hombres armados con cuchillos tomaban el templo. Cinco personas fueron retenidas como rehenes. Quien se llevó la peor parte fue el padre Hamel, los asaltantes degollaron al sacerdote con un cuchillo, tras pedirle que se pusiera de rodillas, mientras inmortalizaban la escena en una grabación. ¡Cerdos! Una hora después caían abatidos por las balas de la policía. Profanaron el templo y degollaron a un pastor de la Iglesia. A un hombre pacífico y bueno, muy apreciado por todos los vecinos a muchos de los cuales bautizó, enseño el catecismo y casó, procurándose su amistad y su cariño a fuerza de generosidad, de amor del bueno, de entrega, de compañía en lo bueno, pero sobre todo en lo malo, en el dolor, en la tristeza, en la enfermedad.

En definitiva, Jacques Hamel era, eso, un hombre de paz, un hombre de fe que no se imaginaba ni por asomo a un cura jubilado, a un cura retirado de la vida y de la profesión que amó con auténtico fervor. Se sentía con fuerzas y eligió seguir ofreciendo su servicio a las gentes, fuera de la comodidad del retiro. El Dáesh tenía que hacer diana en el corazón de la Iglesia. Seguro que han puesto sus ojos en la Jornada Mundial de la Juventud, pero hay demasiada vigilancia como para intentarlo sin lograr su objetivo que, a buen seguro, sería el papa Francisco. El Dáesh está en guerra con Europa y no hay armisticio posible. La estrella de los vientos volvió a señalar a Francia, en esa especie de loca ruleta rusa que ha emprendido hace tiempo. Pero es que España e Italia también forman parte de los planes del autoproclamado califa, al-Baghdadi. Y mientras ellos asesinan sin piedad, a los católicos y a cuantos se quieran unir a nosotros, nos toca rezar y pedirle a Dios nuestro Señor, Alá, Buda o como quieran llamar cada quien a su Dios, que acaben las matanzas. Hoy, más que nunca, confieso pública y abiertamente que: Yo soy católica. Yo soy sacerdote. Yo soy el padre Jacques Hamel. ¿Por qué no nos reunimos todos los católicos zamoranos en una misa multitudinaria al aire libre? Por el padre Hamel y por todos los caídos a manos del Dáesh.