Con la calima y el sofocante calor de los últimos días, las calles del centro de Madrid parecen desoladas. En los aledaños de la carrera de San Jerónimo apenas hay cruce de gente, que se refugia en los bares y cafeterías de la zona para protegerse de un sol inclemente. La televisión emite las ruedas de prensa de los líderes políticos tras la consulta del rey. No se percibe indiferencia en los rostros de los clientes, sino hastío y resignación por unas comparecencias que saben a oídas. Del "No nos representan" hemos pasado al "No nos entienden", me dice un amigo mientras apura el aromático café. "Si no son capaces de formar Gobierno, no creo que lo sean de resolver nuestros problemas", concluye apodíctico.

Hace días aseguraban los áulicos del PP que Rajoy no aceptaría el encargo del rey para presentarse a la investidura en caso de no contar con los votos necesarios para la victoria. Con su proverbial desplante, Rafael Hernando argüía que "sería absurdo ir a una investidura si no se cuenta con los votos suficientes para ser investido", con lo cual refutaba implícito la esencia del Parlamento como sede de la soberanía nacional y lugar para la deliberación política y la toma de decisiones. Salvo Rivera, que había anunciado la abstención en segundas, para terminar pidiendo a los demás partidos que hagan lo mismo, todos los partidos se han ratificado ante el rey que votarán no a la investidura de Rajoy. En sintonía con Iglesias, Sánchez ha insistido en su negativa: "El PSOE no va a apoyar aquello que quiere cambiar", ha dicho tras la consulta del rey. Extraña soledad la del dirigente que más apoyo recibió entre los electores. Extraño el rechazo de lo posible, aunque no sea lo mejor, frente a lo inverosímil. Extraño, por más que habitual, el desdén hacia el triunfador que alentamos en nuestros lares.

El jueves Rajoy comparecía en rueda de prensa para anunciar que ha aceptado el encargo del rey para intentar formar Gobierno, aunque no ha desvelado si se presentará o no a la investidura, "porque no conviene adelantar acontecimientos". Ha insistido en que pondrá "todo su esfuerzo y empeño" en conseguir dotar al país de un "Gobierno moderado y estable" que aborde los importantes retos pendientes, y les ha recordado a sus opositores que ya no es tiempo de rivalidad. "Es el momento de construir, de superar las diferencias y de dar la solución que esperan todos los españoles", ha dicho en tono conciliador. Contrasta su prudencia y pragmatismo en la adversidad. Contrasta su voluntad de negociación y acuerdo frente al repudio de sus oponentes y la refutación de la voluntad que proclaman. Como si una vez desaparecido Rajoy, el PP quedara limpio de toda mancha y ya pudiera gobernar sin reparos.

Ha habido en esta ronda de consultas regias mucho de teatro y postureo. Ningún líder osó dejar la menor sombra de duda del rechazo al presidente en funciones, epítome de la corrupción y los recortes sociales. Unos aventuraban nuevas elecciones como fruitivo augurio sombrío, mientras otros daban piadosos consejos a los demás para evitarlas. Pero todos querían dejar constancia de una inquebrantable fidelidad a sus principios y respecto a sus votantes, por lo que están dispuestos a forzar unas nuevas elecciones -mal que les pese-, con tal de salvar la honra aunque pierdan los barcos. Coherencia y dignidad ante todo.

Sin embargo, en las dos recientes elecciones los ciudadanos han reiterado un claro mensaje a los políticos, que al parecer estos no entienden. Quieren pluralidad, regeneración, reformas de leyes injustas y disminución de las desigualdades. Quieren que sus representantes sean honrados y responsables; que los ayuden a resolver sus problemas y los del país, no a emponzoñarlos o a generar otros nuevos. Pero mantener un Gobierno en funciones, con las alas cortadas, además de impedir la deseada regeneración y las necesarias reformas, dilata la respuesta a las demandas europeas y pone palos en las ruedas para cumplir los compromisos con nuestros socios, mientras el Parlamento de Cataluña aprovecha la interinidad para conculcar las leyes democráticas e iniciar la secesión. Curiosos beneficios de la coherencia y la dignidad éticas.

Dice mi amigo que los políticos no nos entienden. Tal vez sea cierto, o tal vez, tan solo se entiendan a ellos mismos. Pero si no son siquiera capaces de alumbrar un Gobierno, por coherencia, dignidad o pundonor, deberían retirarse de la política y dejar que otros ocupen su puesto. Porque lo que sin duda no entienden es la labor que los ciudadanos les hemos encomendado.