Lo malo de los imperios es que, una vez caídos, sueñan con revitalizarse y volver a escribir la Historia. Turquía es un buen ejemplo de ello. Se trata de un régimen muy ambiguo. La revolución de Atatürk de hace un siglo fue la respuesta nacionalista y militarista al desmembramiento del imperio. Desde Occidente se vio como un novedoso intento modernizador. Lo ha sido solo en apariencia. El Gobierno actual de Recep Tayyip Erdogan (nombrado en 2014 por un período previsto de 7 años) ha vuelto a las andadas de reconstruir un Estado Islámico. Con el añadido de que desea entrar en la Unión Europea, lo cual significaría un contrasentido histórico.

Ignoramos cuáles eran los propósitos de la fallida intentona militar última. Es igual. Fusilarán a unos cuantos rebeldes, pero surgirán nuevas revueltas. En Turquía se mantienen varios problemas irresolubles: la amenaza de los kurdos separatistas, la del Califato islámico o como se llame y la presión demográfica. Por si fuera poco, ahora se añaden los campos de refugiados para millones de sirios, iraquíes y afganos que huyen de sus respectivos territorios. Los miles de millones de euros que reciben de la Unión Europea seguramente serán dilapidados por regímenes corruptos.

No olvidemos que Turquía es un miembro de la OTAN, lo que complica aún más las cosas. Es una herencia de la "guerra fría" respecto a la antigua Unión Soviética, que ahora extrañamente se revitaliza. La presencia de bases norteamericanas en el territorio turco (e incluso de algunos militares españoles) constituye un factor de seguridad, por un lado, pero por otro, genera enorme malestar en una zona de conflictos entre vecinos. Pero puede más la tendencia hacia la islamización radical de los países con tradición mahometana.

Un último factor de complicación: la presencia de millones de emigrantes turcos en los países centrales europeos. Es una buena reserva de divisas para Turquía, pero plantea numerosos problemas de integración en los países de acogida, como lo señaló el islamólogo y experto en terrorismo Michael Lüders, en una entrevista reciente transmitida por el canal de televisión internacional alemán DW: hay problemas religiosos de fondo, pero la causa de la radicalización terrorista de los últimos meses que vimos en Bélgica y Francia se debe básicamente a un problema social, los inmigrantes del norte de África llegaron a Francia y se organizaron en comunidades aislados, estos guetos no facilitan la integración social y sus descendientes de terceras generación, jóvenes aislados, marginados académica y laboralmente y con una muy baja autoestima y sentido de pertenencia, son fácilmente influenciables por ideas extremas. Un problema similar se presenta en los campos de refugiados sirios en Turquía, donde las únicas escuelas posibles para los niños de estos confinamientos son las escuelas islámicas, allí pueden ser fácilmente adoctrinados y captados para el Daesh.

Este experto señalaba que era imposible prever cuándo y dónde habrá más ataques terroristas, pero que la tendencia es a un agravamiento de la situación actual y que inclusive veremos enfrentarse diversas fracciones islámicas por el fanatismo y radicalización del estado islámico, como lo señala un comunicado de prensa de la agencia de Al Amaq: el Daesh -también conocido como Estado Islámico- reivindica la masacre ocurrida en Niza el pasado jueves 14 de julio. En el comunicado, Daesh reconoce a Mohamed Lahouaiej Bouhlel, de origen tunecino, como un soldado del califato que siguió las instrucciones de sus superiores para "matar a quienes proceden de los países de la coalición internacional".

La integración de los inmigrantes sigue siendo la base del problema y de las posibles soluciones, esto plantea enormes retos a las sociedades de acogida, que deben evitar errores históricos que han llevado al tremendo peligro que representan los guetos en medio de nuestra sociedad.