Los llamados ayuntamientos del cambio, surgidos de las urnas en mayo de 2015 a través de diversos pactos posteriores, no solo están decepcionando mayoritariamente en su gestión, con ligeras excepciones, sino que sobre todo en las grandes capitales conquistadas han exhibido todos o casi todos los defectos de sus antecesores en la gobernación municipal, con un elemento nuevo: el revanchismo, fruto amargo del resentimiento acumulado, ideológico y social. Habrá que ver cuántos de estos gobiernos municipales sobreviven dentro de tres años, en próximos comicios locales.

Solo desde ese punto de vista se puede alcanzar a comprender algunas medidas y actuaciones tomadas por esos consistorios de izquierdas -unidas o desunidas- en los que la política prima muy por encima de otras funciones, las propias de un ayuntamiento. Ciudades que siguen como estaban o peor que hace un año, pero que dedican grandes sumas de sus presupuestos a subvenciones y actividades creadas para beneficio, directo o indirecto, de sus votantes y seguidores. Es el caso de Madrid, donde la exjuez Carmena se apresuró, en cuanto llegó a la alcaldía, en nombrar una comisión para la memoria histórica que se encargase de aplicar con toda diligencia la ley de 2007 de Zapatero.

Una ley polémica que más que otra cosa ha servido para reabrir viejas heridas de hace 80 años que en la época de la transición, por concesiones y generosidad de unos y otros, se había hecho propósito de olvidar: paz, piedad, perdón y paz, se dijo. El inepto Zapatero, un socialista radical y resentido, que ha hundido al PSOE en la miseria, rompió una tregua de décadas, quiso reanudar la historia en 1931 y dio alas para que se falsease y manipulase a placer la historia desde ámbitos muy concretos. Como si la historia pudiese ser cambiada a voluntad de unos y otros. Ahí está, en el imaginario colectivo y en los símbolos e iconos, en las imágenes que van marcando el paso de los tiempos.

Aunque ya desde pocos años después de la muerte de Franco se empezaron a cambiar referencias a la contienda, esta es la fecha en que el revanchismo sigue dando muestras de su oscura presencia. En Madrid se van a cambiar nombres de 27 calles y plazas, algunas volviendo a su denominación de antes de la guerra, o a nombres sin carga ideológica alguna, y otras de una manera arbitraria en recuerdo a políticos o intelectuales de izquierdas. Y puede que si hasta ahora había a quienes no les gustaba vivir o pasar por las calles de los generales Millán Astray, o Yagüe, o Cabanillas, pongamos por caso, puede que ahora a otros tampoco les guste ver las placas dedicadas a la avenida de Besteiro, o teniente Castillo, o Marcelino Camacho, entre otras singulares variaciones.

Ello sin tener en cuenta el gasto y el trastorno que supone para los residentes y comerciantes allí establecidos. Pero hay que borrar el pasado, ya, aunque luego lleguen otros regidores locales y borren a los suyos. Uno de los pocos aciertos de Rajoy fue ir eliminando las partidas que los presupuestos generales dedicaban a la memoria histórica. Mejor que las calles tuviesen números en vez de nombres.