80 años se cumplieron ayer, 18 de julio, desde que parte de la cúpula del ejército, respaldada por la Alemania nazi, la Italia fascista y la Iglesia, entre otros, decidió acabar con el progreso que había traído la II República. 80 años. 40 desde la muerte del dictador, y así seguimos. A veces avanzando, pero con demasiados lastres de la dictadura fascista todavía. Mientras José Antonio y Franco descansan bajo la cruz más grande de occidente, 114.000 personas continúan desaparecidas, arrojadas en fosas comunes, más de 30.000 personas desconocen su identidad porque fueron robadas cuando eran bebés, se cometen 4.000 agresiones anuales por parte de la ultraderecha en España, no se puede acceder a muchos archivos y ni siquiera se puede hablar de esto con libertad en muchos lugares, sobre todo porque aún quedan grabadas las lecciones belicistas del púlpito y la tarima. Ahora mismo, mientras acabo este artículo, veo los posos de esa sociología franquista. Generalmente por quien se ofende o por quien pretende prevenir que alguien se pudiera ofender. Pues sí. Hablar de víctimas ofende, ser el segundo país con el mayor número de desapariciones forzadas parece que no tanto. Hasta hace bien poco se decía que hablar de estos temas podía desencadenar otra guerra fratricida. Ahora que esa amenaza velada no es creíble, ofende.

80 años después, muchas personas siguen esperando tocar lo que el tiempo ha dejado de sus desaparecidos, para poder morir mínimamente en paz.

Una buena parte de las deficiencias que padecemos como Estado vienen heredadas del régimen anterior. Incluso tenemos una huella como personas. La activista Clara Valverde habla de la influencia de la guerra civil en nuestra educación emocional, al haberla recibido de los hijos de quienes sufrieron el terror y las atrocidades. Ese trauma de los abuelos influiría en los padres y, debido a ello, en nuestra educación emocional como hijos suyos.

Pese a lo que pueda parecer, la Memoria Histórica es una garantía de futuro. Afrontar nuestras obligaciones respecto a la violación de los derechos humanos y no dejar pasar los crímenes como si nada hubiera ocurrido significa que tales crímenes se volverían a afrontar y no se dejarían pasar si se cometieran en el futuro. Eso es lo que hemos acordado con el resto de países civilizados y eso es lo que han hecho los estados que han sufrido violaciones de derechos fundamentales como las que se han sufrido aquí.

80 años después, las justificaciones, las equidistancias, el pasar página sin leerla y, sobre todo, la defensa del régimen genocida deben terminar. Sin excusas.

Tras 80 años se hace necesaria ya la verdad. Afecte a quien afecte. La verdad de los hechos, bien documentada. No puede esperar más, ni la justicia que se pueda hacer a estas alturas con los responsables y con el franquismo, como manda el Derecho Internacional, ni la reparación para las víctimas. Y con ello, que se tomen todas las medidas necesarias para garantizar que algo como lo que comenzó el 18 de julio de hace 80 años jamás pueda repetirse.

Iván Aparicio García (Soria)