a los zamoranos les pesa más el pasado que el presente, por eso les costaría entender la ciudad sin su Semana Santa, sin esa muestra que tanto ha costado levantar a un montón de generaciones. Tampoco entenderían que la Pasión comenzara a declinar por un quítame allá esas pajas, o que pudiera interpretarse de manera distinta a como aquí se entiende lo semanasantero, ya que es un rasgo diferencial del que, no sin orgullo, gusta presumir. Porque la ciudad, durante esa semana, cobra vida y muestra una cara distinta, donde todo parece animar, y la ilusión sustituye al habitual desánimo. Es en esos días cuando se comprueba que cuando se quiere, se puede, que la gente de aquí es capaz de abandonar la melancolía y de poner en marcha un acontecimiento de tal magnitud que deja pasmados a los visitantes. De ahí que, con independencia de ideologías y sentimientos religiosos, en Zamora nadie se plantea la idea de permitir que esa apasionante manifestación pueda tener un final, porque todo el mundo parece dispuesto a arrimar el hombro para que la cosa siga, y a ser posible, mejorarla.

Para mantener tal tradición es necesario seguir dando pasos hacia adelante. Uno de ellos es el de contar con un nuevo museo que pueda albergar tan peculiar manifestación de manera digna, atractiva y didáctica para que pueda ser admirada, pero sobre todo para que contribuya a divulgar las esencias de la "semana grande de Zamora".

De un tiempo a esta parte, ese viejo deseo se ha visto revitalizado merced al empuje de la actual Junta Pro Semana Santa, de manera que los zamoranos han vuelto a poner el foco en ello. La Junta de Castilla y León ha concedido un fondo para poder ir tirando adelante, y la gente se ha emocionado. Pero héteme aquí que siempre que surge un nuevo proyecto en estas tierras parece acechar el lobo detrás de la puerta, y esta vez no ha sido una excepción. Porque, para poner tal proyecto en marcha es necesario contar con un solar y, hoy por hoy, ni se dispone de él ni tampoco se le espera, al menos a corto plazo. Desechada la ampliación del actual museo, se han barajado varias ubicaciones que por sus características pudieran encajar en el nuevo edificio. El primer lugar elegido fue el convento de las Concepcionistas, ubicado cerca de la Catedral, pero el Obispado, dueño del inmueble, dijo que verdes las han segado. La segunda localización, la del Colegio Gonzalo de Berceo, que mira de frente al Parque de San Martín, la Junta de Castilla y León no lo ha considerado conveniente. Y el tercero el del propio Parque de San Martín (ese parque en el que se ha invertido tanto dinero con tan paupérrimos resultados) es el que ahora se encuentra en candelero. Y también es el momento en que el Ayuntamiento argumenta que al tratarse de una zona libre de uso público no puede transformarse en una edificable, porque tanto el PGOU como el Plan de Protección del Casco Histórico no lo permiten. De otros lugares sugeridos, incluido alguno de los "barrios bajos", nada se sabe, o no se ha creído conveniente tomarlo en serio.

Y en esas nos encontramos, con un Obispado que dice que no, con una Junta de Castilla y León que dice que tampoco -aunque, en esta ocasión, haya decidido algo razonable, pues no parece lógico desvestir a un santo para vestir a otro- y un Ayuntamiento que no ve claro eso de poner patas arriba el PGOU o lo que sea menester. Y, mientras tanto, la Junta Pro Semana Santa se está planteando recoger firmas para presionar al Ayuntamiento, no así para hacer lo propio con los demás actores implicados, aunque en aquellos casos la cosa consistiría simplemente en sustituir un edificio por otro.

Los zamoranos decidirán lo que crean más conveniente para sus intereses que, lógicamente, deberán ser los de la ciudad, pero mucho me temo que eso de recoger o no recoger firmas y, en su caso, de esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos es una peligrosa forma de ver cómo pasa el tiempo, la subvención y las ilusiones. Quizás sería más operativo elegir una ubicación menos conflictiva que las tres anteriores que permita tirar del proyecto adelante, aunque para ello haya que hacer un esfuerzo de forma que el sentimiento no tenga que perdonar lo que está condenando el pensamiento.