Suele ser julio un mes marcado por la violencia y la sangre. El calor, la canícula, las pasiones que se desatan. La literatura y el cine han incidido con abundancia en los duros efectos que puede generar la climatología extrema. Es la época de más homicidios y suicidios, según los datos. También la historia lo ratifica. En España se cumplen ahora 80 años del golpe de Estado que acabaría en la larga guerra civil que dio paso a la dictadura. Ya apenas hay sobrevivientes de aquella época dolorosa, pero ocho décadas después, y cada julio de cada año siempre hay gente que no olvida y cuyo resentimiento vuelve a revivir tristemente las dos Españas dejando atrás la concordia de la transición. Fue una guerra fratricida, iniciada tal día como hoy y originada por el caos, la debilidad y la incompetencia de los políticos, con el terrible balance de cientos de miles de muertos por los dos bandos, unos en los frentes de batalla y otros vilmente asesinados, ejecutados tanto por una parte como por la otra, sin piedad.

Este mes, solo unas horas después de la criminal barbarie terrorista de Niza, otra conmoción sacudía a esta Europa estremecida por la tragedia, con el imprevisto golpe de estado de Turquía, que como España, o Grecia, o Portugal, arrastra una larga tradición golpista. Militares otomanos se alzaron en la sombra contra el Gobierno de Erdogan, un presidente que ha hecho mucho por la modernización y el desarrollo de su país, que está en la OTAN y a las puertas de la Unión Europea, aunque en sus fronteras aceche el yihadismo del terrorista Estado Islámico. Parece que el carácter autoritario y arrogante de Erdogan le ha creado muchos enemigos, y poderosos, en su propio entorno. Pero ni se sabe quién ha forjado el levantamiento ni quién estaba o está detrás, aunque se sospecha de exiliados notables. Ha sido un intento rápidamente fallido, aunque se teme que pudiera haber una revitalización de la asonada. El presidente, ya al mando de nuevo, ha pedido a los turcos que sigan en la calle, pues fue su llamada al pueblo para que saliese a manifestarse contra los sublevados lo que sirvió para detener la intentona, que aun así ha supuesto un baño de sangre para un país muy castigado por atentados terroristas. Casi 300 muertos, entre soldados gubernamentales y rebeldes y las víctimas habidas en la población civil, y casi 3.000 militares arrestados y una depuración inmediata de jueces y fiscales, mientras prosiguen las investigaciones dentro de una Turquía cada vez más debilitada políticamente.

Dos jornadas de sangre y dolor en Europa, coletazos de un mes peligroso por los nervios del calor, y que en España quedó marcado para siempre por el sello del 18 de julio. Un país ahora mismo sin Gobierno, pero que por suerte dista años luz de parecerse a aquel otro de 24 millones de habitantes, el 70 por ciento de los cuales eran analfabetos, con solo un 3 por ciento de personas con estudios superiores, casi la mitad de sus habitantes trabajando en el campo y con el pan como alimento principal. Eso sí, el calor debía ser poco más o menos el mismo. Como la incompetencia de sus políticos, que si no son capaces de llegar a acuerdos deberían irse todos, empezando por Rajoy, que es el gran obstáculo.