Lo hemos conocido bien en España, fundamentalmente en las ciudades del País Vasco, pero también en Madrid, Barcelona, Zaragoza, Vic o en cualquier otros de los lugares elegidos por los asesinos de ETA para sus atentados. El horror se convierte en terror cuando te pilla de cerca, cuando has escuchado la onda expansiva, cuando te lo cuentan de primera mano o cuando piensas, "allí podría haber estado yo" o "el próximo puede ser allí donde esté yo o uno de los míos".

Desconozco si es mejor llamarlo guerra o terrorismo, desconozco cuál de los dos términos puede ayudarnos más a combatir a quienes nos atacan. Solo son palabras aunque las palabras sirvan para dar cuerpo, forma y representación a hechos y circunstancias. El mundo occidental y en primera línea Europa es objetivo directo y principal del fanatismo religioso y cultural islámico y vemos el horror no solo al otro lado de nuestro televisor sino al lado de nuestras fronteras nacionales.

Decía en un noticiario televisivo una española superviviente de la masacre de Niza que la enseñanza que ella y sus hijas habían extraído de haber vivido el terror en primera persona con el camión pasando a tres metros era que a partir de ahora eludirán cualquier gran concentración de personas. No es mucho, se podría pensar, pero lo es, porque supone que a partir de ahora en ningún sitio se sentirán seguras y esa es la primera gran victoria del terrorismo islamista.

En mis viajes profesionales por América Latina acostumbro a escuchar a mis conocidos allí definir a Europa como su sueño dorado para su jubilación. Por nuestra cultura, nuestra historia, nuestra calidad de vida y de servicios y, sobre todo, por la seguridad que se vive en las calles de nuestras ciudades. El de la seguridad colectiva es el primer objetivo por y para el que nacieron las naciones-estado que dejaron atrás los feudos y burgos medievales. La defensa frente al exterior y el orden interior. La primacía de la ley y la igualdad ante ella sobre la arbitrariedad del poderoso frente a su pueblo. Siglos de civilización para alcanzar ese paraíso dorado de la paz y la seguridad.

Por eso, para aquellos cuyo estatus de civilización permanece anclado mil años atrás pero cuenta con armas y formas de destrucción de nuestros días, el éxito no estriba en que corra la sangre de unos cuantos "infieles" más o menos, sino en que sus acciones sirvan para alterar nuestro modo de vida, nuestra forma de pensar y nuestros hábitos más cotidianos. La sangre es el señuelo, convertir el horror en terror su objetivo principal para alcanzar su última meta que no es la conversión sino la destrucción de Occidente.

Cambiar los principios de nuestra civilización sería su victoria, seguir como si no pasara nada, un primer paso hacia el suicidio; difícil encontrar el fiel de la balanza.

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