Conocí Niza hace ya muchos años en un maravilloso viaje de placer con quien hoy comparto mi vida. Paseé por algunas de sus calles y, de modo muy especial, recorrí el paseo marítimo, llegando a través de la arena a tocar el agua del Mediterráneo, esa inmensa masa de agua que ha presenciado tantas batallas, tragedias humanas y locuras colectivas. Después de muchos años, Niza ha regresado a mi memoria a través del brutal atentado que un descerebrado, un fanático, un intolerante o un loco, ¡qué más da!, ha causado en la ciudad del sur de Francia, en el Paseo de los Ingleses, el mismo lugar que yo pisé en los años noventa. La locura, en este caso, iba sobre ruedas, en un camión frigorífico; sin embargo, el origen del desastre hay que encontrarlo en otras latitudes y, sobre todo, en otros modos de pensar, de creer y de actuar distintos a los nuestros.

Estas locuras no son nuevas en la historia de la humanidad. Desde que habitamos la casa común, el planeta Tierra, que acoge nuestras vidas, siempre ha habido agresiones, ataques, linchamientos, bofetadas, acometidas, etc., de unos contra otros, a nivel personal y colectivo. Familias, dinastías, países? han luchado a diestro y siniestro. Los motivos han sido y siguen siendo, más o menos, los mismos: la avaricia, el fanatismo, las creencias religiosas o los modos de pensar diferentes, que consideran que lo nuestro es lo único que merece la pena defenderse y lo de los demás, rechazarse o conquistarse. Unas veces se defiende o se conquista un territorio porque se desean sus recursos materiales (plata, oro, petróleo, diamantes, etc.) y en otras ocasiones se lucha por imponer un credo político o religioso. ¿Cuántas locuras hemos presenciado por unos y otros motivos? ¿Cuánta sangre se ha derramado por imponer unas creencias o por avasallar, aniquilar y exterminar a quienes poseen lo que los demás desean? Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

Niza, pero antes París, Bruselas, Estambul, Londres, Madrid, Nueva York, y todos los días Siria, Libia, Afganistán, Irak, Israel, Palestina, etc., demuestran que la era de la razón, por la que muchos ciudadanos han soñado, peleado e incluso han dado sus vidas, aún no se ha instaurado en todos los rincones del planeta. Desgraciadamente todavía siguen haciendo mucho daño algunas creencias religiosas que consideran que sus ideas, sus dogmas y sus credos son los únicos verdaderos y que, por consiguiente, pueden imponerse a los demás, aunque sea a la fuerza, porque son precisamente eso: verdaderos. No busquen en otro lugar, no le den más vueltas a la cabeza, pues la irracionalidad de estos modos de pensar y de actuar está tras el ataque cometido por un descerebrado, un fanático, un intolerante o un loco, ¡qué más da!, en el Paseo de los Ingleses de Niza, la ciudad del sur de Francia, por donde yo paseé hace muchos años, imaginando que otro mundo era posible. Desde entonces he presenciado mucho dolor, pero aún sigo pensando lo mismo. Será que soy un ingenuo.