Sin prisas pero con calma, pendiente de la multa europea por el incumplimiento del déficit, Rajoy ha comenzado la ronda de contactos previos con todos los partidos con representación parlamentaria de cara a la presentación de la investidura. La política tiene sus tiempos, y ninguno de los líderes parlamentarios ha desaprovechado la oportunidad de incrementar el valor de sus votos. En la semana pasada fueron los respectivos portavoces de ERC y PNV los que le dieron el no a Rajoy, espetándole a bocajarro intenciones subversivas o recordándole agravios históricos o pasados rodillos. "Ni ahora ni en dos meses", dijo enfático Aitor Esteban, sugiriendo que no había venido a negociar, sino a dejar constancia de su buena memoria. Como si la política no fuera precisamente negociar, sino cantarle al adversario sus verdades o principios.

En esta semana, Homs, Rivera, Iglesias y Sánchez también han tenido la ocasión para el desquite con Rajoy, que parece reunir en su persona todos los males y defectos de la patria, epítome de la ineficiencia y la ineptitud, a pesar de que su Gobierno haya sacado al país de la recesión, facilitado la creación de cientos de miles de puestos de trabajo y dispone del apoyo de ocho millones de electores. Casi de tapadillo, el portavoz de CDC, además de dar la esperada negativa, se ha despedido a modo de mal fario aventurando unas terceras elecciones, mientras Rivera se desdecía pragmático del veto, anunciando la abstención de C´s en la segunda votación, porque para negociar el alcance de las reformas es necesario que haya Gobierno, e Iglesias aprovechaba la rueda de prensa para lanzar una trampa saducea al líder socialista: o apoya al PP o forma alianza con UP o habrá nuevas elecciones. Sánchez, por su parte, le ha reiterado el no a Rajoy, "porque la solución no puede ser que la alternativa, que es el PSOE, apoye al PP para forma Gobierno", confundiendo apoyo con abstención.

Volvemos a la Teoría de juegos y el Dilema del prisionero para intentar entender el comportamiento de nuestros políticos. Si todos colaboran, el resultado es mejor para todos, pero si cada uno intenta salvarse por su cuenta, el perjuicio no solo será para los demás, sino para el que lo busca. Al parecer, esta sencilla teoría para resolver los conflictos de interés aún no forma parte de su bagaje cultural, porque al igual que el toro de lidia embiste engañado una y otra vez la muleta tomándola por enemiga, ellos exhiben ufanos sus carencias y falta de habilidades, creyéndolas motivo de alabanza y orgullo. Sin el menor pudor, proclaman, para que todo el mundo lo sepa, sus resabios de antipolítica, pues esta no solo consiste en rechazar las estructuras de la representación democrática, sino en impedir que funcionen, dificultando la negociación y el acuerdo y el consiguiente bienestar y satisfacción de los ciudadanos.

Uno esperaba que tras esas largas reuniones, además del color de la corbata o el sabor del café, nuestros políticos contrastaran sus propuestas, sus requisitos, las expectativas que alientan sus electores o las reformas que han pergeñado para mejorar la gestión de lo común, permitiendo la formación del Gobierno y el debate parlamentario. En su lugar, parece que cuentan ansiosos el paso de los minutos para acudir raudos a la rueda de prensa y soltar con altanería, como chulapos de zarzuela, la fidelidad a sus electores y a sus principios, sacrosantos motivos para no negociar con el adversario. Ni un paso atrás, ni siquiera para coger impulso.

Visto el panorama, salvo Rivera que se esfuerza por reseñar la distancia entre la vieja y la nueva política, no es difícil colegir que estos ocho meses de prácticas no han sido suficientes para enseñar al resto el arte de la negociación y las sencillas diferencias entre acuerdo de investidura, pacto de Gobierno o alianza de legislatura. Abstenerse no significa apoyar, sino permitir que el oponente gobierne, y no le resta al promotor la menor legitimidad para ejercer la oposición con todo el rigor necesario. Sánchez sabe que si el PSOE no se abstiene habrá terceras elecciones, pues la abstención o incluso el voto afirmativo de C´s no son suficientes para que Rajoy consiga una mayoría simple para la investidura -contando con que ERC y CDC siempre le darán el no-, y en ese caso su liderazgo en el PSOE podría ponerse en cuestión. El problema para Sánchez no es, pues, la abstención, sino su capacidad para convencer al electorado socialista de la bondad del cambio político tras haber basado su estrategia electoral en la ineludible expulsión del ogro de la Moncloa. Este fue su error, y aquella será su penitencia.