La plaga del terrorismo islamista se encuentra llena de inexplicables contradicciones. No es ya que empleen un método tan necio como el de los suicidas. A los ojos occidentales esa práctica resulta nauseabunda. Pero, encima, la emplean contra ellos mismos. No solo intentan acabar con los infieles, esto es, casi todo el mundo que no es musulmán. Lo extravagante es que los terroristas actúan especialmente en los países musulmanes. Es una política torpe y despiadada, difícil de proporcionar una explicación.

Comprendemos que los terroristas deseen llamar la atención. Pero tampoco cuentan con medios humanos suficientes como para derrocharlos en acciones temerarias sobre países de mayoría musulmana. Una política tan irracional, disparatada, por fuerza tiene que resultar adversa respecto a los mismos que la organizan.

La única razón (si se puede decir así) es que los atentados terroristas son más fáciles de ejecutar en los países musulmanes, al no disponer de una policía eficaz. Pero los terroristas pierden mucho más de lo que ganan. Ellos mismos se van a derrotar. No creo que las acciones en Turquía o Pakistán constituyan una buena baza para conseguir nuevas vocaciones de suicidas.

Claro que nuestro razonamiento por necesidad sigue la lógica de un occidental cartesiano. Quizá los terroristas piensen de otra forma. Para ellos la mejor manera de imponerse al mundo sería con conductas trágicamente erráticas. Pero, aunque sea difícil que en los países musulmanes puedan instalarse sistemas democráticos, más estúpida es la idea de matarse entre ellos.

Puede que los terroristas cuenten con el hecho de la inmediatez universal de las noticias sobre los atentados. En ese caso ellos habrían logrado su objetivo de amedrentar. Solo que su fuerza va a ser así más bien menguante. No solo serían suicidas sino "autosuicidas", si se me permite el retruécano.

Para entender estas contradicciones deberíamos saber quiénes son los terroristas, qué esperan sacar con sus acciones, qué buscan, a quienes consideran sus enemigos a combatir, a quién dirigen su odio y afán de exterminio; cuáles son sus ideales, si es que los tienen, quiénes se sirven de ellos y los apoyan buscando otros intereses, por ejemplo políticos o simples manipuladores de la maquinaria de la guerra.

Lo poco que sabemos de ellos es su modus operandi: suicidas jóvenes de cualquier país cobijados por ideas religiosas extremistas, al parecer musulmanes fanáticos, muy lejos de la verdadera esencia del Islam, como lo demuestra su último ataque perpetuado en Pakistán: matar y matarse un día sagrado de un mes sagrado como el Ramadán, cuando el Corán prohíbe explícitamente derramar sangre y atentar contra la propia vida, nos habla de una secta que manipula una nueva religión y deja el mundo musulmán al margen de nuestros odios y sospechas y pasa a ser una víctima más. Pero lo absurdo de sus actos, lo demencial de sus ataque, objetivos y motivos, están aún lejos de conocerse, los terroristas dejan pocas huellas tras de sí y si alguno queda vivo porque se limitó a colocar los explosivos, lo abaten a la mayor brevedad.