Está muy bien proteger a los perros, penalizar que sean abandonados, tratar de evitar su maltrato. Todo eso está muy bien, porque el perro es un animal que hace compañía a los seres humanos y por tanto les sirve de ayuda. Algunos tipos de perros ayudan a detectar determinadas drogas o a facilitar los desplazamientos de los invidentes. Otros hasta son capaces de sacrificarse por sus dueños. El perro y el hombre forman un dúo que suele ser bien avenido. Tienen una relación que, bien llevada, puede ser provechosa para ambos. Existen también otros animales que cumplen funciones similares o equivalentes, y que por ello, deberían ser protegidos y respetados. Hay quien no podría vivir sin un animal de los llamados de compañía, bien sea este un gato, un conejo de indias o una alondra. Tengo algún amigo que ha llegado a tener un cerdo vietnamita, y algún familiar que gusta tener en casa a un erizo que, cuando se hace una bola -que suele ser la mayor parte de las horas del día- no quiere saber nada de nadie. Todos esos animales merecen ser respetados, ya que se supone que sus dueños se han hecho con ellos de manera voluntaria y, por tanto, tiene la obligación de cuidarlos.

Ahora bien, el hecho que presten un servicio a determinados ciudadanos no debería llevar implícito que, debido a ello, otros paisanos tengan que sufrir molestias o perturbaciones en su vida diaria. Así, el hecho de sacar a pasear a un perro no debe llevar asociado que las deposiciones que este genera se queden en los espacios públicos de manera perenne, ensuciando calles y aceras, como tampoco que en el ascensor queden rastros del perfume emitido por el cerdo vietnamita, o que el gato arañe la ropa de los tendederos. Los dueños de estos animales han de tomar medidas para evitar que sus mascotas no incordien, y que los ciudadanos no tengan que vivir penalizados con molestias innecesarias, por otra parte fácilmente evitables.

Hace unos días, la presidenta de la comunidad de Madrid decidió que, sin coste alguno para sus propietarios, los perros puedan tener acceso al Metro, que puedan viajar en ese transporte público siempre que cumplan determinados mínimos. Es esta una medida cuyos resultados dependerán del comportamiento de sus dueños, pues el hecho de tener una mascota no garantiza necesariamente que el individuo en cuestión sea una persona educada y respetuosa con los demás. El tiempo dirá si esa medida ha sido o no aceptada por el resto de los ciudadanos que utilizan aquel transporte público. Lo cierto es que, hasta ahora, solo gozaban de tal privilegio los perros de los invidentes o de la policía y, que se sepa, no existía ningún movimiento reivindicativo para tener que convertirlo en una medida generalizada. Es de suponer que, a partir de ahora, los dueños de otro tipo de mascotas estarán en su derecho de exigir poder viajar con sus animales del alma, incluido aquel ciudadano, que citaba antes, del cerdo vietnamita, ya que si no se trataría de una medida no solo contradictoria, sino también discriminatoria.

Mientras avanza esta progresiva medida, propia de una civilización avanzada, comprensiva e indiscriminatoria, las personas con dificultad de movimiento o ancianas que utilizan el servicio del Metro se ven obligados a viajar de pie, dando tumbos de acá para allá, agarrándose, como pueden, a la barra que tienen más próxima para no darse de bruces con el suelo, porque los asientos reservados para ellos se encuentran ocupados por bizarros mozos y lozanas mozas, que hacen caso omiso a los letreros que acreditan el derecho de quienes ya no son mozos, o a los que la vida les ha castigado con alguna minusvalía física. Pero ninguna autoridad del Metro, ni de la comunidad de Madrid, se está encargando de tomar medidas al respecto, de recordar por la megafonía tales derechos, o de hacerlos cumplir con el personal de vigilancia. Debe de ser porque una actuación de este tipo no sería nada moderno, ni se le daría bombo en los medios de comunicación como noticia de impacto, ni siquiera sería tema de debate.

Pues eso, que lo de los perros viajando en el Metro puede estar muy bien, pero también podría darse el caso que solo fuera una muestra más de la hipocresía de una sociedad que no es lo que aparenta y que aparenta lo que no es.