Andaba yo, con harto dolor de mi corazón, preparando otro artículo-sonsonete sobre los pactos, los no-pactos, las líneas rojas, los vetos y demás truculencias diarias, cuando se cruzó en mi camino el Informe Chilcot. Primero fue un fogonazo en uno de los informativos radiofónicos madrugadores. Esa frase que convierte tu duermevela en vigilia con los ojos abiertos y sorprendidos. Más tarde, la constatación de que aquella noticia cambiaba (o confirmaba) muchas cosas. Y después, aun con el cabreo en el cuerpo y en el alma, la avalancha de recuerdos que te devolvían a la indignación de la primavera del 2003 cuando resonó en toda España el "No a la guerra", que, sin embargo, no sirvió para nada; tan solo para que Aznar sacara más pecho y se creyera, todo junto, El Cid, el Gran Capitán, Carlos V, Hernán Cortés, Daoíz, Velarde y así sucesivamente.

¿En qué consiste el Informe Chilcot? Ni más ni menos que doce tomos y miles de páginas sobre la actuación del ex primer ministro laborista británico Tony Blair en los prolegómenos de la guerra de Irak. Estas cosas, claro, solo ocurren en países como Gran Bretaña, donde, "brexit" aparte, la democracia funciona y se exigen y depuran responsabilidades a quien toma decisiones erróneas o, al menos, discutibles. El citado informe fue encargado por el entonces primer ministro, el también laborista Gordon Brown, a John Chilcot, un funcionario independiente y jubilado con amplia experiencia en la Administración, para saber qué ocurrió realmente para que Gran Bretaña entrara en la invasión de Irak de la mano de Bush y con el apoyo entusiasta de nuestro Aznar, tercero del célebre conjunto músico-vocal conocido como el Trío de las Azores. ¿Y por qué Brown encargó un informe tan polémico sobre la gestión de su predecesor, que era, además, de su mismo partido? (No hagan comparaciones, por favor), pues, porque existía la sospecha de que Blair había mentido a sus ciudadanos para justificar que el Reino Unido entrara en la guerra.

Al frente de un grupo de investigadores, John Chilcot ha tardado siete años en acabar su trabajo. Ha revisado 150.000 documentos y se ha entrevistado con decenas de personas. Conclusión: Blair decidió ir a la guerra "sin agotar antes todas las opciones pacíficas" y basándose en informaciones de "inteligencia defectuosa que se presentaron con una certeza que no estaba justificada. La acción militar no era el último recurso", dijo Chilcot en la presentación del informe en Londres. Informe que habla también de base jurídica insuficiente, de manipulación de las pruebas suministradas por el inteligencia militar y, entre otras cosas tan graves como las anteriores, de falta de planificación y estrategia para después de derrocar al régimen de Sadam Hussein.

El informe revela también que Blair sabía desde meses antes que Bush iba a atacar Irak y que solo había que encontrar excusas, sobre todo para contar con el beneplácito de la ONU. Y nos cuenta también que el gran Aznar se sumó con frenesí a la idea de invadir Irak y que se compinchó con Blair para hacer ver a la opinión pública que intentaban evitar la guerra. Mentira sobre mentira.

Todo esto parecería agua pasada si no fuera porque la invasión de Irak se ha cobrado cerca de 200.000 muertos, la mayoría civiles, fue el germen del atroz Estado Islámico y del aumento de atentados terroristas indiscriminados, ha dado lugar a un estado fallido e incapaz de gobernarse y ha activado aun más el avispero existente en la zona.

Y todo sobre la base de embustes, engaños y manipulaciones. "Créanme, en Irak hay armas de destrucción masiva", aseguraba un Aznar trascendente en aquella famosa entrevista con Sáenz de Buruaga. No las había y él lo sabía. Y lo sabía Mariano Rajoy, a la sazón vicepresidente del Gobierno y ministro de la Presidencia. Y lo sabía Federico Trillo, entonces ministro de Defensa y hoy embajador en Londres, donde andará diciendo "manda huevos" tras leer el Informe Chilcot.

Blair ha pedido perdón, aunque no del todo. Aznar no ha abierto la boca, como si no fuera con él. Rajoy dice que no ha leído todavía el informe. Y cuando lo lea, si lo hace, ¿qué? ¿Alguien se dignará a contarnos la verdad o tendremos que enterarnos por los ingleses? Doscientos mil muertos, una nación destrozada, incremento de atentados? Y nadie se hace responsable. Aznar ni siquiera reconoce que se equivocó. El Ser Supremo es así.