Siempre que vuelvo a Florencia visito, entre otros lugares, la Capilla de los Españoles de Santa María Novella y la Galería de los Uffizi.

Estos edificios tienen un nexo común, se trata de una mujer millonaria española, Leonor de Toledo, que vivió en Italia desde los 10 años, en el siglo XVI, la cual llegó a desempeñar un papel fundamental en la vida de la citada ciudad italiana y además dirigió de alguna manera los destinos de la misma.

Fue hija del virrey de Nápoles don Pedro Álvarez de Toledo Zúñiga y de doña María Osorio y Pimentel, familia por tanto de los condes de Alba de Aliste, por la rama de los Pimentel de Benavente.

Por motivos políticos la casaron con 17 años con Cosme I de Medici, gran duque de La Toscana, y se cuenta que, aunque se trató de un matrimonio concertado, cuya dote ascendió a 40.000 ducados de oro, acabaron enamorándose y tuvieron once hijos.

Es decir que, sin apenas conocerse, el emperador Carlos V aprobó aquella unión, que se celebró en 1539, por la necesidad de una alianza efectiva con los Medici para poder mantener las tropas españolas en aquella zona y por querer reforzar dicha familia su posición política.

Debido a la continua dedicación de su marido a la política y a la guerra, ella se convirtió en regente de sus bienes y hacienda, los cuales supo cuidar y acrecentar realizando múltiples actividades en todos los órdenes, desde la mejora de sus explotaciones agrícolas hasta el mecenazgo de las artes y las letras.

La Capilla de los Españoles, que forma parte del convento dominico de Santa María Novella, se empezó en 1246.

Los frescos que la decoran fueron encargados al pintor Andrea Buonaiuti en el siglo XIV, en la que destaca una Crucifixión, la Glorificación de Santo Tomás de Aquino y La iglesia Militante y Triunfante, donde el autor muestra el camino del hombre hacia el cielo ayudado por esos monjes. Los perros no faltan en el cuadro como símbolos de la orden, tampoco la crítica moral, pues a la derecha del mural se aprecia a un nutrido grupo de dominicos condenados por el vicio de la lujuria, acompañados de bellas damas y músicos dedicados al placer, observando cómo los demás entran en la gloria, mientras ellos acaban por su conducta disoluta en el infierno.

Se cuenta que en España una mujer llamada Juana de Aza tuvo un sueño estando embarazada en el que daba a luz a un cachorro con una antorcha encendida en la boca y un globo a sus pies. Tras peregrinar a un monasterio cercano, fundado por santo Domingo de Silos, donde consultó a uno de los monjes para saber su significado, este le reveló que daría a luz un hijo que se dedicaría a la predicación (hasta entonces solo podían predicar los obispos).

El niño que nació fue el burgalés santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden Dominica o de Predicadores.

No acaban aquí los sucesos extraordinarios, pues en su escudo, además de las ramas de los Aza, hay una estrella que dicen le apareció en la frente al santo en su bautizo, y también una cruz flordelisada.

Por eso recibió ese nombre la orden, domini cani, los perros del Señor, cuya misión era la de conducir a los hombres a la salvación, y en sus cuadros siempre aparecen esos animales representados, como recuerdo del sueño de la madre del santo fundador, y también por la bula que el papa Gregorio IX le concedió, por su dedicación para perseguir a herejes.

Uno de los lemas elegidos al principio por la Orden fue "Contemplari et contemplata aliis tradere" o lo que es lo mismo "Contemplar y dar a otros lo contemplado". La citada capilla recibió ese nombre en el siglo XVI, al ser usada y también apoyada económicamente por Leonor de Toledo, para que los españoles que vivían en Florencia pudiesen tener capilla propia.

Por supuesto, como buena mecenas, fue amiga de pintores, músicos y escritores, llegando a reunir en sus palacios a los que formarían posteriormente la llamada Academia de los Elevados.

Acrecentó los fondos artísticos de la familia y en la Galería de los Uffizi, fundada por su marido, aparece retratada en numerosos cuadros por uno de sus protegidos, el afamado pintor, Bronzino, contemplándonos con mirada sosegada y detenida, ataviada con soberbios vestidos de brocado -se dice que más de 10 bordadores trabajaban sin descanso para ella-, y joyas antiguas heredadas, como en el retrato en que le da la mano a su hijo Juan, donde un collar de perlas pende de su escote, rematado con un broche ovalado de oro que lleva engastada un piedra preciosa amarilla de la que a su vez cuelga otra gran perla con forma de pera, que había pertenecido a una de las hijas de la reina Juana la Loca, Leonor, pintada por Joos Van Cleve en su segundo matrimonio, siendo reina de Francia, quien en ese momento la llevaba adornando su pelo.

También fue propietaria de otros muchos edificios, como el Palacio Pitti y de los jardines del Bóboli que lo circundan.

El gran artista y biógrafo de los creadores renacentistas, Vasari, lo cita y dice de ella: "Esta mansión la adquirió hace muchos años, la ilustrísima señora Doña Leonor de Toledo, por consejo del ilustrísimo señor Duque, su esposo, y se ensanchó tanto en derredor que ha realizado un grandísimo jardín, (?) con toda clase de amenísimos bosquecillos, con toda suerte de verduras en todo tiempo, por no hablar de las aguas, las fuentes, los caños (?) pues no es posible a quien no los viera poderlos imaginar de tamaña grandeza y belleza como son".

Murió a la edad de 40 años, de malaria, también perdió a algunos de sus hijos en vida. Hoy quedan en pie muchos de sus palacios antiguos, vacíos de contenido y de poder, llenos de gentes ávidas de mirar, llegadas de todo el mundo.

Pero ya no se contempla de la misma manera, ya no se puede dar a otros lo contemplado, pues casi todos pasan apresuradamente por todos los lugares a los que han ido a disfrutar, pero sin conseguirlo, mirando, pero sin ver de forma consciente la sombra de trozos de historia donde los hombres, y en este caso una mujer, se creyeron los amos del mundo, porque en algún instante de la vida pudieron ayudar a crear para gozar de tanta belleza, siguiendo los consejos del gran poeta del Renacimiento, Garcilaso, quien también luchó, aprendió las nuevas formas de escribir y sufrió penas de amor en ese país:

"Coged de vuestra alegre primavera/ el dulce fruto, antes que el tiempo airado/ cubra de nieve la hermosa cumbre. / Marchitará la rosa el viento helado,/ todo lo mudará la edad ligera,/ por no hacer mudanza en su costumbre".