Unos han dicho que el Ayuntamiento ha organizado las peores fiestas de San Pedro que se recuerdan; otros que han tenido mucha aceptación. Unos han defendido la contestataria actuación de determinadas peñas; otros arguyen, como nota negativa, cierto comportamiento intemperante en algunas de ellas. Unos han difundido, presuntamente, un vídeo de las peñas reunidas en la plaza de Santa Lucía, amenazando al alcalde; otros han desacreditado la actuación de la comisión de la Junta de Peñas, en especial la transmisión de información sobre los temas tratados con el Ayuntamiento. Unos afirman que la fiesta del martes-noche en la Plaza Mayor estaba politizada; otros que la actuación elegida gustó a la mayoría. Vamos, un guirigay de padre y muy señor mío.

Una vez más, los partidos han aprovechado el resquicio de las fiestas para atacar al contrario, aunque para ello hayan tenido que empañar unas jornadas de fiesta y asueto. El caso es llegar a incordiar en lugar de plantear alternativas, o de proponer acciones que puedan mejorar los programas de festejos o de lo que sea. Prefieren meter el dedo en el ojo al rival que colaborar por el bien de los ciudadanos. De puertas hacia afuera, puede dar la impresión de que los partidos prefirieran destruir a construir en aras a conseguir el poder, sin reparar en que el poder suele ser un privilegio que te va estrechando en un abrazo envenenado.

No se recuerdan unas fiestas convulsas como estas, en las que haya primado la política sobre la diversión y las minas ocultas sobre los fuegos de artificio. Es triste que se politice primero la Virgen de la Concha y ahora las fiestas de San Pedro. Eso no hace sino reflejar que apenas existe tolerancia y diálogo, que alguien se encarga de llevar el mal estilo a la calle, en este caso hacia los jóvenes. Sorprende que esos cientos de jóvenes que protestan, con mayor o menor razón, sobre la organización de las fiestas, no sean capaces de participar, en el mismo número y con idéntico interés, en otro tipo de manifestaciones, como cuando se trata de reivindicar algún derecho que debería ser irrenunciable para ellos. Se echa de menos esa falta de movilización para exigir una ley de educación, o para modificar la Constitución, o para mejorar la sanidad, o para cualquier otro tema de cierto interés, cuando se muestran tan activos para influir en unas fiestas mejor o peor organizadas. Deberían pensar en ello, antes de que sus deseos lleguen a transformarse en hielo.

Es mucho lo que se espera de las nuevas generaciones, de su presumida buena formación, de su deseo de hacer cambiar las cosas, de conseguir incorporarse, de pleno derecho, al mundo laboral, de que se les reconozca profesional y salarialmente. Pero de eso apenas si se escucha alguna apostilla de café o algún comentario de fin de semana en la calle de los Herreros. Es una pena. Más valdría que los jóvenes se dejaran llevar por sus propias convicciones e intentaran hacer valer sus propios criterios. No deberían dejar que cada respiración que se abra paso en sus pulmones pueda llegar a incendiarlos con un oxígeno amargo.

No parece difícil que gobierno municipal y oposición pudieran ponerse de acuerdo en enfriar una situación tan absurda como fácil de manejar. Claro, que para eso tendrían que pensar en el interés general, alejándose de partidismos. Tendrían que ponerse a la faena de ir diseñando las fiestas del año que viene a gusto de todos, y de no ser posible, repartir los gustos por años alternos. No hace falta ir unos cuantos metros por delante, ni tampoco dejarse llevar por la melancolía, solo se trata de crear las condiciones que permitan gozar de unos días de diversión en el próximo San Pedro, y, a ser posible, sin enfrentamientos, algaradas ni estropicios. Es este un encargo que no debería pesarles y que habrían de aceptar de buen grado, porque la oscuridad puede propagarse en su mente como borrón de tinta en un vaso de agua.