Tengo por costumbre encender el televisor poco después de las cinco de la mañana. Selecciono la línea 1 para poner música y para que sin solución de continuidad me ofrezca las noticias de las seis de la mañana. Todos los días veo la indicación que te promete satisfacciones y te dice que TVE es Música. Y a diario compruebo que lo que escucho no es lo que yo he catalogado siempre como "Música". La frecuencia, casi diaria, de grupos (o cosas parecidas) que nos presentan, me ha hecho sospechar que los dirigentes de TVE se fijan demasiado en la cuestión económica en el sentido más estricto de esa palabra: economía=ahorro. He llegado a pensar que los participantes en TVE, en esa matinal sección musical, no cobran, sino que pagan por intervenir, con el objetivo de practicar y poder llegar a ser un día especialistas en su género. A fuerza de martirizar nuestros oídos con su manera de machacar las teclas del piano o las cuerdas de los instrumentos de cuerda (valga la redundancia) llegarán un día a ser aceptables pianistas, violinistas o intérpretes del violoncelo. Incluso los vocalistas se ejercitan en ofrecernos letras que se esmeran en vocalizar palabras sin ligazón de canción agradable. En pocas palabras: de ordinario, la sección TVE es música no llega a impresionar agradablemente al oído, elemento fundamental en la definición que nos enseñó don Gaspar de Arabaolaza. Y, para matizar estas impresiones, repetiré que son muy personales y, por tanto, quizá no se ajusten a la realidad. Tal vez se trate de verdadera música; y yo no llegue a apreciarla. En esta matización tomo como base lo que oigo en las calles de este Madrid, tan pródigo en ruidos mezclados con algunos (bastante menos) sonidos agradables.

La sorpresa a que aludo, muy agradable por cierto, la tuve los días 3 y 4 de julio. El primer día, al encender el televisor, oí la introducción muy suave y escasa en sonidos de una canción que escuché y canté en mi niñez y en mi incipiente adolescencia, interrumpida esta y envuelta -igual que la juventud- en una vestimenta negra, desde los catorce hasta los treinta años. Se trata de una canción de mi tierra norteña, que, incluso, siempre he asociado a la canción asturiana, aunque no se trate propiamente de lo que llamamos "asturianada". En la versión que yo recuerdo, era una imprecación al conductor de la "chalana", aquel rudimentario carruaje que servía de transporte, con elementos usuales de la agricultura, para las rústicas fiestas de los pueblos de mi tierra. Y llamo "mi tierra" al norte de la provincia de Zamora y todo el espacio hasta el Cantábrico asturiano. El día 4 no se trató de la canción expuesta, sino de la ejecución de música muy armónica que, utilizando el piano suavemente y muy melódicamente el violín y el chelo, introdujeron una melodía cantada cuya letra no me trajo tales recuerdos, pero me llevó a reconocer su altura melódica.

Lo del segundo día me transportó a la alta música que nos enseñaban en la escuela; lo del día 3 fue, para mí, un aldabonazo que hizo resonar el romanticismo de aquella lejana edad. Me introdujo, sin gran esfuerzo por mi parte, en la vida agradable que disfruté en los pueblos de Sanabria, la Vega del Tera y hasta los menos románticos (para mí) de La Hiniesta, Andavías y Almendra. Sobre todo este y la algo lejana dehesa de Timulos, donde comenzó para mí aquella edad en la que el romanticismo deja oír los primeros susurros y hasta la llamada clara del encanto que acompaña inseparablemente al romance. Igual que me ocurrió -por ejemplo- con el "Bolero Mallorquín", cuando en las noches siempre funcionaba una radio que presentaba canciones dedicadas por personas particulares a otras con las que las ligaba especial vínculo afectivo: La emoción afectiva embargaba en mí la capacidad intelectual que no era capaz de asimilar y repetir la música de la partitura. Igual con esa canción: mi sentido romántico me anulaba de tal modo que nunca llegué a aprender, para cantarla con destreza, aquella letra que comenzaba con "Chalanero, chalanero, ¿qué llevas en tu chalana?" y tenía como estribillo - igual que cantaba la joven intérprete ese día 3- lo de "Si pasas el puente, no caigas al agua". Como me ocurría con el "bolero mallorquín", me embargó la emoción y me hizo revivir en medio de la sorpresa, que he tenido tres veces en varios meses, el romanticismo de aquellos años de la añorada edad en que despiertan los sentimientos para la pasión en unos y para una serena sensación de amor en otros. A veces la televisión nos depara esta impresión variada.