El incremento de la volatilidad en los mercados financieros es noticia generalizada, un día sí y otro también, debido a las oscilaciones del petróleo, a las dudas sobre la desaceleración mundial, a los datos del PIB de china, al "brexit", al "sorpasso", a los resultados de las recientes elecciones o a la rotura de la junta de la trócola en Sebastopol. Siempre habrá una explicación más o menos coherente. Los mercados son muy sensibles a cualquier situación anómala e inesperada, situación que los inversores domésticos tienen que acostumbrase a padecer a diario.

La volatilidad, sin entrar en detalles matemáticos ni técnicos, mide el grado de incertidumbre existente en un activo financiero o en un mercado. Se utiliza para cuantificar los cambios aleatorios que se producen en las rentabilidades de los diferentes productos de inversión. Nació el mismo día que nacieron los mercados financieros y se pueden diferenciar tres tipos: histórica (se basa en el pasado), implícita (la actual) y futura (no se conoce, se estima). Al medir las fluctuaciones que experimenta un activo con respecto a su media en un período de tiempo determinado, nos ayuda a cuantificar el riesgo asumiendo que es directamente proporcional a la volatilidad.

Conocer las características de riesgo de una determinada inversión es fundamental para entender su posible comportamiento futuro. También es importante para el conjunto de la cartera del inversor debido a que cada activo tendrá características de riesgo diferentes. Tener en cuenta esta característica contribuirá a establecer una correcta diversificación. El inversor doméstico no puede, de ninguna manera, controlar las caídas de los mercados, pero sí puede controlar el riesgo de sus inversiones porque es directamente proporcional al beneficio futuro de la inversión. Por lo tanto, no está de más recordar que buscar el equilibrio entre ambos es algo que siempre jugará a nuestro favor dejando el camino más despejado al rendimiento positivo.

La evolución de la volatilidad vendrá dada a propósito de que una inversión sea o se realice con miras al corto o largo plazo. Me explico: una fuerte subida y bajada en un período de tiempo muy corto eleva el nivel de volatilidad. Esta fluctuación les afectará a los inversores de corto plazo, por el contrario, los inversores a largo plazo se verán afectados de forma menos abrupta porque su estrategia está pensada para que estas fluctuaciones, la mayoría de las veces inesperadas, no sean significativas ni seriamente preocupantes. Por lo tanto, en períodos de alta volatilidad tiene todo el sentido del mundo el dicho de que "no inviertas el dinero que necesitarás en el corto plazo".

Los inversores, los que se asemejan más a jugadores, se ponen nerviosos cuando la volatilidad aumenta y se desprenden de sus posiciones en el peor momento dejando pasar las oportunidades que brinda su aparición. En estos períodos, molestos hasta para los más avezados, mantener la calma y controlar la carga emocional es algo imprescindible. La psicología financiera se puede convertir en nuestra enemiga. Por eso, si no es capaz de aguantar psicológicamente las pérdidas en días de altas fluctuaciones, no invierta. Hay otros productos que no padecen estos males y serán mucho más recomendables para su salud. Los expertos en estos casos, son muy claros: salirse a destiempo del mercado intentando evitar las pérdidas obliga a perderse los mejores días de beneficios.

El inversor cortoplacista se encuentra como pez en el agua cuando se encuentra con este tipo de mercados porque les permite posicionarse y sacar beneficio al ahorro tanto si los activos suben como si bajan. La gestión activa en los momentos de pánico y euforia suelen proporcionar muy buenos resultados. Actualmente el mercado está manejado por máquinas que son capaces de ejecutar varias órdenes por segundo, a tenor de los cruces de parámetros matemáticos que gestionan sin ningún tipo de escrúpulo, sin sentir y sin padecer. La psicología financiera no es un problema, como decía antes, para los ordenadores de gestión activa.

La volatilidad condiciona las actuaciones del ahorrador y del inversor particular porque tiene que adaptarse a las circunstancias y ajustarse a la situación de los mercados. Una excesiva volatilidad se vuelve peligrosa si uno no se adapta a ella. ¿Cómo? Adaptando el tamaño de las posiciones a la variabilidad de las fluctuaciones. Es decir, cuando los activos financieros se vuelven volátiles hay que reducir el tamaño de la posición y viceversa.

Los inversores más conservadores son los que más van a sufrir y los que peor lo van a pasar durante un tiempo prudencialmente largo. La razón es muy sencilla: el entorno de intereses bajos provoca que la renta fija esté en mínimos y tienda a cero. Solo tienen a su favor la inflación al ser negativa.

Nos encontramos en el terreno inexplorado de los tipos de interés muy bajos e incluso en negativo. Con semejante panorama siempre quedan las compañías que reparten jugosos dividendos. Los expertos aconsejan este tipo de compañías porque, de media, suelen superar al resto tanto en entornos de alta como baja volatilidad. Dicho de otra forma: cuando el mercado es alcista se disfruta de sus beneficios y cuando es bajista dan protección y aseguran un rendimiento.

Otra opción también bastante aceptable es estar al margen de estas fluctuaciones. "En época de tormenta, no es conveniente tender la colada" se dice. Los mercados siempre estarán ahí y siempre habrá un momento más propicio para entrar. Los valores menos volátiles suben menos pero acompañan al movimiento, pero si los descensos son generalizados, estos valores seguirán también el movimiento pero con discreción.

En cualquier caso, exista volatilidad o no, la diversificación, los dividendos, valores de calidad, la fijación de objetivos, la psicología financiera, la formación y la información serán nuestros aliados más sensatos y generosos.

(*) Blogger y trader independiente