En plena ejecución de la llamada "Solución final", la Alemania nazi buscaba cualquier vinculación con la cultura y la raza judías para enviar a los campos de exterminio a millones de personas, en el fragor de la Segunda Guerra Mundial. El Holocausto -negado todavía hoy por algún intelectual que se quiere hacer el original- fue uno de los errores más crueles de la Europa del siglo XX, precisamente, porque desposeyó a todos estos ciudadanos de los dos aspectos básicos que nos hacen diferentes en este planeta: la humanidad y la libertad para ejercerla.

La cuarta edición del Congreso Sefardí nos ha regalado un dato perverso, tan valioso como temible. Decenas de judíos acabaron en las cámaras de gas de las cárceles del Tercer Reich al ser identificados como tales por el apellido "Zamorani". El mensajero, Iztjak Benabraham, ha acercado durante la jornada de este viernes la llamada "Shoah" por los hebreos -el Holocausto nazi- a las calles de esta ciudad. La evidencia demuestra que la sangría germana fue más allá de esa veintena de identidades que solemos recuperar en cada aniversario de la barbarie nazi como homenaje a los zamoranos que perdieron la vida en Mauthausen, el "campo de los españoles". Hubo otros hebreos, herederos de la diáspora sefardí, condenados por el legado de sus ancestros, zamoranos de pleno derecho que caminaban por las calles de cualquiera de las juderías de la ciudad hasta el decreto de expulsión de 1492.

Esta realidad, a la vez que perturbadora, abunda en lo que expertos españoles, portugueses, israelíes o americanos han coincidido en señalar en Zamora los últimos cuatro años: que la ciudad, la provincia, esconde un pasado apasionante ligado al judaísmo que lleva esperando ser exhumado desde su mismo entierro, hace más de cuatro centurias. La opinión de los intelectuales que así lo reivindican contradice el escepticismo del común en estas tierras, que prefiere ignorar la mezcla cultural que fluía por nuestras calles, quizá por ignorancia, pero sobre todo por desinterés.

Hasta la fecha, la iniciativa del Centro Campantón impulsado por el profesor cubano de raíces zamoranas Jesús Jambrina y los trabajos de historiadores locales de prestigio en las últimas décadas han sido los únicos garantes de la memoria, la esperanza de que no todo está perdido en la descubierta de este pasado. Es cierto que Zamora brilla más por sus iglesias románicas de hoy que por las sinagogas cuya existencia cierta el tiempo se encargó de ocultar a los ojos de los contemporáneos. Es cierto que la ciudad carece de los grandes templos hebreos de Budapest, de ese casco histórico mágico que tanto enorgullece a los vecinos de Hervás o de las estrechas callejuelas de Toledo, Segovia o -, pasadizos que nos conducen a otros mundos y a otros tiempos. Sin embargo, ahora que se habla tanto del legado inmaterial, Zamora puede presumir de haber albergado uno de los centros más importantes del pensamiento hebraico en la península. No hay que inventarse nada. Esa otra huella está registrada en los documentos. Conviene no dejar pasar otros cuatro siglos para acercarnos a los zamoranos del pasado, los mismos cuyos descendientes acabaron en las cámaras de gas por su elocuente apellido en la siniestra "Shoah".