Las prisas nunca son buenas consejeras, se suele decir, pero parece que Rajoy no debe haberlo oído nunca, obsesionado como está por no ser el presidente más breve de la actual democracia y encima eufórico por un triunfo que no es para tanto pero que, en cierto modo ha dejado anonadados a sus rivales, un impacto del que pretende aprovecharse el PP coincidiendo con el cansancio y el hartazgo de la población, que no quiere saber nada de posibles nuevas elecciones.

Como le ha ocurrido a los demás, PSOE y Ciudadanos en su pacto anterior, y Podemos en todo momento, Rajoy no acaba de medir bien sus fuerzas reales, aunque se entienda y se comprenda que quiere sacar rédito de la oportuna situación, que puede irse diluyendo si pasa el tiempo sin que el acuerdo pretendido por el PP fructifique. Porque resulta que aparte del afianzamiento moral que al partido y al mismo candidato le ha supuesto, Rajoy solo cuenta con seis diputados más que antes, habiendo pasado la suma con Ciudadanos de 163 a 169, pero ahí queda todo y las cosas siguen sobre poco más o menos lo mismo que hace seis meses, lo que supone que si antes era difícil aún lo sigue siendo.

Tan difícil era entonces que Rajoy ni siquiera se atrevió a presentarse a la investidura, limitándose a esperar el fracaso, como así fue, de Sánchez y Rivera, que sumaban solo un 36 por ciento del electorado. Rajoy tiene menos, el 33 por ciento, insuficiente de todo punto y los caminos que se le abren son los mismos: uno a la derecha, con Ciudadanos de escudero, y otro la búsqueda de lo que se ha dado en llamar la gran coalición con PSOE y Ciudadanos. Incluso hay uno más: lograr la abstención de socialistas y centristas y gobernar en solitario con sus 137 diputados, un disparate. Solo que ocurre que ni los socialistas ni los centristas aceptan su oferta y rechazan la posibilidad de ese pacto, aunque estén dispuestos a conversar sobre ello. El PSOE niega rotundamente cualquier apoyo al PP y Ciudadanos condiciona su actitud a que desaparezca Rajoy, aunque ahora ya no lo diga abiertamente, y aunque nadie pueda prever cual será su postura definitiva dados los constantes cambios de criterio característicos de Rivera y sus dirigentes, casi todos rebotados de otros partidos y con ganas de tocar poder.

Aquí parecen unos y otros en estado de "shock", y tomar decisiones en tal circunstancia no resulta acertado ni aconsejable, por lo que Rajoy debería atemperar su idea de formar Gobierno rápidamente, pues algo tan importante y trascendental para la buena marcha del país no puede forzarse. Como le dicen en Ciudadanos, lo primero es tener un programa que ofrecer, pero el PP se limita a hablar ambiguamente de alguna reforma de la Constitución, sin citar la ley electoral. El caso es que si no hay apoyo ni abstención por parte del PSOE y Ciudadanos lo más probable es que se forme un nuevo bloqueo como el que ha llevado a las elecciones de junio. Y un Gobierno en minoría, y con una oposición que gobernaría desde el Congreso, sería un Ejecutivo ni sólido ni estable, víctima propiciatoria para una moción de censura en cuanto la izquierda supere su perplejidad, presiones y luchas internas. Calma, pues.