Mi relación con Juan Habichuela viene de hace más de cuarenta años durante los que he mantenido unos contactos intermitentes por la distancia, pero sólidos en el tiempo, pues Juan ante todo era un caballero que hacía de la amistad un don. Por eso hoy es para mí un día triste por su fallecimiento, pero además es un día en el que se acumulan cantidad de recuerdos vividos en primera persona que definen la genialidad de este artista.

En 1970 vino a Zamora a ilustrar una conferencia mía como colofón a un seminario que había realizado con mis alumnos de Magisterio, junto a Fosforito. Les acompañaba Juan José, un excelente rapsoda que aparece recitando en algunos discos de Manolo Caracol. El acto, que no estuvo exento de problemas por la mentalidad de entonces, fue un éxito y abriría la puerta a este tipo de eventos en Zamora. Al final, nos fuimos un grupo de amigos a cenar a La Rueda y al llegar unas personas nos esperaban con la intención de que escucháramos a uno de ellos, se lo dije a Juan Habichuela que tocase algo para complacer sus deseos. Juan, que siempre fue una persona generosa y amable, accedió a sacar la guitarra y le preguntó qué quería que tocase, a lo que rápidamente contestó el improvisado artista ¡tócame por Farina!, a lo que Juan contestó ¡te va a tocar tu padre, c., para esto me haces sacar la guitarra!, y tranquilamente la volvió a guardar.

A Juan lo que más le gustaba era pasear por su Granada del alma. En una ocasión íbamos Fosforito, con su Seat 1500 azul, Juan y yo por una de las avenidas principales de Granada. De pronto un municipal de los de orinal en la cabeza nos echa el alto, saca la libreta y se pone a escribir, deja la receta en el parabrisas y nos dice que sigamos. Al parar leímos la receta que ponía que a las tres nos esperaba en un bar que citaba para ir a comer una "olla" a su casa. Y así lo hicimos. Curro, que así se llamaba el guardia urbano, era gitano y vivía en El Zaidín, una de las gitanerías de Granada. Pasamos una velada inolvidable con toda la familia. Así era de gitano y de sencillo, algo que genialmente transmitía en su toque.

Haré referencia a otro de los momentos que ha dejado huella en mi vida. En 1971 Fosforito y Juan me dijeron que fuera con ellos a Barcelona, a los ensayos de un espectáculo que montaba Manuela Vargas con el título de Flamenco 71, donde estaba lo más granado del flamenco en aquel momento. Y así fue, pasé unos días inolvidables. Manuela llevaba de cantaores a Fosforito, Lebrijano y Chocolate. De guitarristas a Juan y Pepe Habichuela y Enrique Escudero. De baile El Mimbre, El Veneno, Pelao Chico, La Debla, Regla Mercé, La Bengala y como figura especial a Farruquito, aquella joven promesa, heredero del legado de Farruco, con un baile nuevo, cargado de fuerza, vibrante e impresionante, con el que tuve ocasión de charlar y tomar alguna caña. Dos años más tarde, moriría en Sevilla en un accidente de moto.

Estas son algunas de mis vivencias con Juan Habichuela. En los últimos años he hablado con él por teléfono y me expresó su deseo de venir a mi pueblo, a mi huerta, lugar donde ha estado en alguna ocasión, a tomar un asado. Pero no ha podido ser.

El flamenco ha perdido a un guitarrista cargado de sobriedad, finura y de una elegancia difícil de superar, dotes que hacen de él un artista único, irrepetible. Jamás oí comentar a algún cantaor que su toque le había molestado, al contrario, aupaba con su buen hacer al más débil. Descansa en paz, buen amigo.