Decía Pío Baroja que el carlismo se curaba leyendo y el nacionalismo viajando.

En Galicia, donde ahora vivo, nadie ha descubierto cómo se cura la morriña si no es evitándola, o sea, quedándose aquí.

Hace mucho tiempo que salí de mi tierra zamorana y los aires gallegos me contagian de eso que llaman saudade, morriña, nostalgia del terruño. Sin embargo esta tierra de mi "exilio" también ha venido a depararme consuelos inesperados. Hablaré de un par de ellos:

La primera vez que estuve delante de las ruinas del monasterio de Moreruela me quedé con la misma frustración-fascinación que don Miguel de Unamuno al que a falta de piedras en pie le impresionó el silencio y las flores de las aguas estancadas próximas al cenobio.

En mi caso, cuánto hubiera dado por tener en aquel instante un AutoCAD cerebral que me pusiera a la vista naves y bóvedas, cúpulas y columnas donde imaginar el eco de los cantos gregorianos de los monjes.

Mira tú por dónde que pocos años después tengo la oportunidad de ver cumplido mi sueño virtual, en realidad palpable y directa: La impresionante iglesia abacial del monasterio orensano de Oseira es casi un calco de la de Moreruela, en razón de esa austera planimetría estándar que aplicaba el císter a sus construcciones.

No sabía, por momentos, si me encontraba en Zamora o en Orense, en Oseira o Moreruela. Creí experimentar, fugazmente, lo que supone la bilocación emocional y, si se me permite la cursilería, el éxtasis artístico.

La segunda oportunidad que tuve de mitigar nostalgia y distancia fue en la conmemoración (2008) del octavo centenario de la fundación de la ciudad de La Coruña, al saber que ésta arranca como urbe partiendo del modelo ciudadano del Fuero de Benavente.

En la escuela, de niños, no nos dejaban calcar a la hora del dibujo, pero la historia es, a veces, una profesora de Bellas Artes que obliga a copiar bellos modelos clásicos. ¡Como debe ser!

Razón tenían los místicos:

"...Mira que la herida de amor, no bien se cura sin la presencia y la figura".