Hemos vuelto a ser convocado a las urnas y hemos vuelto a expresarnos en ellas (aunque con un cierto cansancio, reflejado en el aumento de la abstención) libre y soberanamente. Es muy hermoso contemplar la enorme madurez con que sabemos resolver de forma pacífica las discrepancias políticas. En primer lugar, pues, es obligado felicitarse por esta gran lección de civismo que nos hemos dado a nosotros mismos como sociedad.

Pero entrando ya a calibrar los resultados, encontramos menos motivos de satisfacción. No parece nada fácil que los partidos puedan formar un gobierno, y mucho menos un gobierno estable que aguante una legislatura completa. El PSOE es muy consciente de que debe sus apoyos a dos cosas: la decidida defensa de la unidad de España y la, más que decidida, encarnizada negativa a llegar a cualquier clase de apaño con el PP. Queda, por lo tanto, descartada una "gran coalición", por mucho que les duela a los populares.

Si dirigimos ahora nuestra atención a la situación en que queda Ciudadanos, vemos que su rechazo radical de la figura del gran vencedor de ayer, Mariano Rajoy, lo incapacita para formar una coalición PP-C´s, porque si para algo han servido estas nuevas elecciones ha sido para reforzar la figura de Rajoy, líder poco carismático, si se quiere, pero prudente y de gran sentido práctico y táctico. Si C´s transigiera uniéndose a un gobierno presidido por Rajoy ¿Dónde quedaría el castigo por los casos de corrupción, principal promesa hecha a sus votantes? Rivera ha repetido tantas veces el "Rajoy váyase" que ahora no podría decir digo donde dijo Diego sin acabar de perder los votantes que aún conserva.

El caso más chocante es, de entre todos los grandes partidos, sin duda el de Podemos. Aspiraba a convertirse en el referente de las clases obreras y medias golpeadas por la crisis y los recortes, humilladas por los escándalos de corrupción y atemorizadas por la precariedad y el paro. Se presentaba como la izquierda original dispuesta a barrer a escobazos a la mala copia o, más bien, descarada falsificación que según la cúpula podemita, es el PSOE. Y sin embargo solo ha cosechado... ¡el gran chasco! En vez de aglutinar a las clases trabajadoras, únicamente ha logrado consolidar su división en dos campos, lo que hace imposible que la izquierda vuelva a gobernar en España y ha favorecido involuntariamente el brillante triunfo del PP. Es más, mientras Podemos siga dividiendo así al los trabajadores, estará garantizando las victorias del PP una legislatura tras de otra. Y si no, al tiempo.

Pero ¿por qué el electorado del PSOE no se ha pasado mayoritariamente a Podemos? Esta es, a mi juicio, la gran incógnita de la noche electoral. Despejarla es lo que nos va a permitir saber si Podemos ha alcanzado ayer su techo o puede seguir ganando fuerza en sucesivas citas electorales. Además, nos va a enseñar algo muy importante sobre la sensibilidad del electorado de izquierdas español.

Resulta que Podemos ha sido primera fuerza política en las regiones con mayor tendencia secesionista: País Vasco y Cataluña. Allí le ha arrebatado muchos apoyos a los nacionalismos clásicos, porque predica lo mismo que ellos; un referéndum para abandonar España. Pero las clases trabajadoras del resto del país no han querido convertirse en cómplices de los enterradores de España; no creen que sus intereses tengan nada en común con los separatistas. Se han dado cuenta, con una madurez y un patriotismo ejemplares, de que si llegara a triunfar algún día la secesión del País Vasco y Cataluña toda España quedaría sumida en una inseguridad que podría retrocedernos al año 1931, lo que pagarían, en primerísimo lugar la clase obrera y la clase media.

Ha sido la bandera española, exhibida (¡por fin!) sin complejos por Pedro Sánchez en sus mítines la que ha salvado al PSOE del "sorpasso"; ha sido el desprecio al patriotismo de las clases humildes el que ha frenado en seco a Podemos. Si los podemitas creían que los trabajadores españoles iban a vender a su patria por un plato de lentejas (léase: generosas políticas sociales) han podido comprobar ayer que el amor a España no es "una mentira de derechas". Si hay un gran perdedor de estas elecciones, ese es Podemos, que ha descubierto el talón de Aquiles que le impedirá convertirse en el partido hegemónico de la clase obrera mientras exista.

El segundo gran perdedor de la jornada es la gobernabilidad de España. ¿Habrá que ir a unas terceras elecciones? Si persiste la tozudez e inflexibilidad que hemos visto en la primera mitad del año, sin duda alguna.