Aprovecho la mañana de la que dicen es jornada de reflexión para escribir esta columna que ahora tienes en tacto de papel entre tus dedos o en brillo de cristal ante tus ojos. Aprovecho estos primeros calores del verano con la atmósfera impregnada del etéreo ambiente de las fiestas y la densa inminencia de las ferias de este nuevo San Pedro que nos empapa entremezclado con ecos de discursos y promesas y el rumor de una marea de incertidumbres, de "brexits" y urnas.

Recuerdo un fragmento de una canción de Gabinete Caligari que reza "la fuerza de la costumbre es mi guía y mi lumbre", lo cual suele ser cierto en mi caso los sábados, esos días en cuyas mañanas el adormecimiento va dejando lentamente espacio para pensar con qué materia llenar el Espejo de Tinta del día siguiente. El café con leche, una ojeada superficial a las noticias del día, una tostada con aceite de oliva, la lectura del suplemento cultural de la semana de un periódico nacional y la selección de la música que habrá de acompañar el baile de los dedos sobre el teclado de mi ordenador componen el cuadro ideal cuando otras ocupaciones o circunstancias no interfieren.

Con la atmósfera del primer párrafo y el marco del segundo, con la saludable intención de no escribir nada relacionado con la política o similares asuntos de esos denominados "serios", me encontré y compartí y comenté en mi muro de Facebook, con un artículo en el diario digital "El Español" sobre Agustín García Calvo y su "Comunicado urgente contra el despilfarro" publicado en París en 1972 y que parece ser acaba de reeditarse.

Su lectura me llevó sin solución de continuidad al rincón de mi biblioteca ocupado por García Calvo y a comenzar a releer su delicioso "Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana" ya con 46 años a sus espaldas. Y como no hay acción sin su consecuencia y tocaba elegir la música, ya con el ánimo henchido de ferviente zamoranismo, fui directo a por los poemas de Claudio Rodríguez que en 2007 adaptó Luis Ramos, para su disco "El aire de lo sencillo".

Entre medias había yo empezado a pensar en los intelectuales que ha dado o han pasado por Zamora y que, como seguramente sea lo natural, no hemos sabido aprovechar quizás porque -como corresponde a todo intelectual que se precie- estuvieron muy por delante, en el tiempo, las costumbres y la visión, de lo que los zamoranos hemos sido capaces de asimilar en cada momento de nuestra vida como sociedad. Del por igual genio e histrión -uso los dos términos como virtudes- Agustín a Claudio y de este a León Felipe, a Ignacio Sardá, Gerardo Diego o los actuales Jesús Ferrero o Prada.

En este breve silencio entre tanto ruido, en que las urnas intentan definir España, pensé si Zamora encontrará el camino para esquivar un destino que amenaza con convertirla en un mero eco.