Don DeLillo, escritor norteamericano de primera fila, así que candidato cantado al premio Princesa de Asturias de las Letras, estuvo la pasada semana y de forma fugaz en España para promocionar "Cero K", su última novela.

Entre unas cosas y otras el novelista, que está a punto de cumplir 80 años -el dato no es banal por lo que se verá a continuación- reflexionó sobre las circunstancia extremas de Ted Williams, campeón de béisbol y piloto de carreras, en fin una leyenda del deporte, que ahora está crionizado, que es tanto como súper congelado, en un laboratorio perdido en el desierto de Arizona. Ironías de la vida o quizá mejor de la muerte, Williams no eligió semejante condición, más bien le fue impuesta por sus deudos en medio de una refriega de disputas familiares cuando su cuerpo muerto aún estaba caliente.

Pero eso es lo de menos. No sobra decir, sin embargo, que la novela va por ahí, circula por los dilemas que se plantean con la hibernación de seres humanos, así que la reflexión filosófica de DeLillo es promocional, circunstancia que a mi juicio suma porque el mercado siempre es un grado. Y ya para borrar toda posible duda sobre la calidad del escritor ahí va lo que dijo en su momento Paul Auster: "No hay ningún novelista norteamericano que escriba mejor que Don DeLillo. Sus libros son una lectura imprescindible para quien quiera comprender qué significa estar vivo a finales del siglo XX".

Lamentablemente las evidencias y bondades se acaban cuando el narrador deja la literatura y se mete en terrenos propios de la filosofía para, qué cosas, promocionar su literatura. Menudo bucle.

DeLillo cree y lo dice abiertamente -que es lo más interesante: la franqueza siempre paga- que el deportista en cuestión "está pero no existe: como Dios para Heidegger; es, pero no existe". La distinción se las trae. Y está ligada -o desligada- a los diferentes idiomas de cultura. Unamuno dijo que si Shakespeare hubiese escrito en español Hamlet en vez de decir "ser o no ser, esa es la cuestión" habría exclamado o mascullado algo así como "ser o estar, esa es la cuestión". Da para un ensayo de mil páginas. Y la referencia a Heidegger más bien debería haberla orientado a Aristóteles y su concepción del ser supremo: ni lo podemos conocer ni nos puede conocer. Existencialismo en vena.

Peor aún ¿qué es eso de estar sin existir? Espero que "Cero K" reciba una traducción más esmerada. La verdadera cuestión que, sospecho, plantea el escritor no va por ahí porque hasta los pensamientos existen aunque carezcan de una dimensión material. El cuerpo de Williams está, existe y lo que se quiera añadir. Otra cosa es que por existencia se entienda vida. O no. Creo que esa es la vía... muerta.

Aún así las cosas apenas mejoran. ¿DeLillo se pregunta en ese caso, si el deportista está vivo o muerto? Hombre, está muerto. Cada cual está formado por 70 billones de células. Cada una con vida propia. Si Juan Español está vivo es porque lo están sus células -billón arriba, billón abajo- que colaboran eficazmente entre sí. Las reflexiones científicas sobre la muerte siempre acaban siendo metafísicas salvo que se cruce una enérgica reinterpretación filosófica y se despejen los malos pensamientos.

El deportista está muerto. El protagonista de la novela, que se llama Ross, puede estar como desee el escritor. Por algo Platón quería echar a los poetas de la ciudad: la farsa siempre resta.

Según DeLillo quienes se someten a la crionización "están en algún lugar entre existir y ser". Cree que "la ciencia quiere que la vida eterna sea en 3D, con cuerpo y todo". Incansable, insiste: "Cuando estás congelado en vida ¿eres o existes? Hay gente muy poderosa invirtiendo billones en investigar cómo extender la vida humana tras la muerte". Menuda fijación. Será por dinero.

Es imaginable la inmortalidad, en el sentido de una reproducción celular sin límite aunque, aún habiendo superado los novecientos años que alcanzó Matusalén, te pasa un AVE por encima y adiós a los delirios de infinitud. Y se puede especular, como ya se hace a partir de ADN de Mamut o de Tiranosaurio Rex -ahí está Parque Jurásico- con la posibilidad de recuperar especies extinguidas. Cabe incluso hablar, por disparatado que parezca, de resucitar a un ser humano contando con el correspondiente material genético aunque nada indica que la extraña criatura respondiese a la misma persona. Apostaría que el resultado sería sencillamente otro individuo porque el reduccionismo molecular, como todos los reduccionismos, es apenas una broma de mal gusto.

Lo que está fuera de toda duda es que un muerto es un muerto y un vivo es un vivo -incluidos los escritores- estén, sean o lo que sea. Para semejantes juegos malabares lo más recomendable es traer a colación el famosísimo gato de Schrödinger. En función del estado, del comportamiento cuántico de una partícula, el felino está vivo y muerto al mismo tiempo. Pero confundir un electrón con un paisano -o, todavía peor, considerar que un paisano es una suma de electrones- es un error fatal. Ni siquiera la literatura puede permitirse tal licencia.