En la segunda lectura de la Palabra de Dios de este domingo hay una afirmación fundamental para nuestra fe cristiana: "No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús". Igualdad radical de todos ante Cristo. La misma e idéntica dignidad. No hay ninguna clasificación ni jerarquía. No se habla de santos ni de pecadores. No se dice nada de cristianos o no cristianos. Todos somos iguales y con idéntica dignidad para Jesucristo.

Alguno quizá se asombrará al conocer al autor de este texto, inspirado por el Espíritu Santo. Esto lo escribió san Pablo en la segunda mitad del siglo I, pocos años después de la Resurrección del Señor. ¿San Pablo hablando de la igualdad personal de todos ante Dios? Así es. Ni hombres, ni mujeres, ni cristianos, ni ateos, ni santos, ni pecadores, ni obispos, ni monjas. Todos iguales ante Dios. Nadie tiene una posición superior en el amor de Cristo. Por todos entregó su vida el Señor en la cruz. A todos los ama con igual fuerza e intensidad. No ama más a unos que a otros. Por eso nos invita a amar a todos como nos ama él a nosotros. Esto es lo que Dios quiere. Es su voluntad.

Donde otros ponen odio contra el que no es como yo, contra el que no piensa como yo, contra el que no cree en lo que yo creo, nuestra fe cristiana nos invita a amarlos. A todos, sin distinción ni preferencias. Donde otros matan, asesinan, encarcelan, expulsan, persiguen o atacan a los que no comparten su ideología, sus creencias, sus convicciones políticas, el Señor nos invita a amar y a entregar nuestra vida. Sí, no nos invita a matar. Nos pide que nos dejemos matar como Él. Que nos dejemos perseguir como Él, que nos dejemos pisar como Él. Pero siempre con amor. Desde Dios.

Esto es imposible para nosotros. No lo entendemos con nuestra razón humana. Por eso el Señor nos da el Espíritu Santo que nos transforma. El Espíritu Santo nos hace capaces. Amor y perdón, dos caras de la misma realidad. Sin amor, no hay perdón. Sin perdón, no hay amor. Y sin amor, sin perdón, no hay paz en nuestra vida, en nuestra sociedad. Es cierto que esta Palabra la tenemos desde el inicio de la historia de la Iglesia. Pero a veces nos hemos olvidado de estos principios, en la debilidad humana de nuestro pecado. Por eso hay que estar atentos para no perder la orientación que nos lleva al encuentro con Jesucristo.

Hoy nos lo dice con claridad en el Evangelio: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará". No hay triunfos humanos, éxitos mundanos, dinero, placer o poder. Hay una cruz y la entrega de la vida. Eso nos salvará.