El día 15 de diciembre de 1759 en Zamora se celebraba la proclamación del rey Carlos III. La esplendidez de los regidores, que aparecieron en la ceremonia con los enormes pelucones empolvados de la época, aseguraba mayor prosperidad y abundancia que las que desde el reinado anterior se disfrutaban; con fuentes públicas de vino y arrojando monedas desde el Consistorio las gentes vitoreaban a un monarca que comenzaba su reinado perdonando a los pueblos el descubierto en que se hallaban en el pago de alcabalas, cientos, millones, servicio ordinario y extraordinario desde 1755, así como también de las cantidades en grano y en dinero que el erario había anticipado.

Carlos III accedía al trono aquel año de 1759, sucediendo a su hermanastro Fernando VI, comenzando una política plenamente reformista que llegó incluso a provocar enfrentamiento con la aristocracia y el clero. Sus reformas fueron dirigidas hacia el reparto de tierras comunales, división de latifundios, recortes de privilegios de la Mesta, protección de la industria privada, liberación del comercio y de las aduanas. Interesado en promover la prosperidad del país, su programa de reformas e iniciativas alcanzó a las obras públicas, destacando la construcción del pantano de Loja, el puerto de San Carlos de la Rápita y la repoblación de Sierra Morena, creando municipios de nueva construcción como la Carolina.

Constituida nuestra ciudad en capital del reino de Castilla con residencia de las autoridades principales de Guerra y Hacienda, con establecimiento de la Maestranza de Artillería y del Parque de Ingenieros y con numerosa guarnición, reunía como nunca elementos para estas manifestaciones, en cuya grandiosidad ponían los capitulares doble mira utilitaria, pues atraía el concurso de las otras ciudades y pueblos circunvecinos, con lo que se conseguía movimiento y beneficio para las industrias y el comercio. Así los gremios se prestaban de buen grado al lucimiento de toda fiesta pública, acudiendo a ellas con regocijo, farsas, trajes y banderas, con esculturas y bordados, consiguiendo que las procesiones y solemnidades de Zamora adquirieran crédito de ser las primeras y más notables de Castilla, y que se llenaran de huéspedes las casas y acamparan en las plazas y paseos los muchos que no encontraban otro albergue. A las Cortes reunidas de Castilla y Aragón, que se celebraron en Madrid en el mes de julio de 1760, para jurar al rey y a su hijo Carlos Antonio como príncipe de Asturias, concurrieron procuradores de treinta y seis ciudades y villas, y por unanimidad votaron a propuesta del monarca, especial patrona y abogada de todos los reinos y dominios de España y de las Indias, a la Purísima Concepción de Nuestra Señora.

Puso el rey coto a los poderes de la Iglesia, recortando la jurisdicción de la Inquisición y limitando la adquisición de bienes raíces por las "manos muertas". Expulsó a los jesuitas de España en 1767. Reorganizó el Ejército, al que dotó de unas ordenanzas en 1768 que perdurarían hasta el siglo XX (el autor de estas líneas, que hizo el servicio militar en los años 1945 a 1949 estuvo sujeto al cumplimiento de aquellas ordenanzas).

Superado el "Motín de Esquilache", 1766, que fue un estallido tradicionalista instigado por la nobleza y el clero contra los aires renovadores que traía Carlos III, se extendería un reinado largo y fructífero.

Se ha llegado a decir que Carlos III ha sido el único rey normal en la historia de España, que fue un gobernante inusual e irrepetible, que siempre intentó legislar de cara a mejorar la vida de sus súbditos.