A lo largo de la historia han surgido mujeres que han destacado por su heroísmo salvando graves situaciones que los más aguerridos guerreros no hubieran resuelto sin la decidida actuación de la mujer.

La israelita Judit, que podemos ver entre la historia y la leyenda, según la Biblia, era una viuda joven, rica, virtuosa y prudente que vivía en Betulia a principios del siglo VI antes de J.C. Su marido le había dejado mucho dinero.

Judit, hija de Merari, en plena guerra de Israel contra el ejército babilónico, de bellas facciones, alta educación, religiosa y apasionadamente patriótica, descubre que el general invasor, Holofernes, se enamoró de ella.

Judit, acompañada de su criada, desciende por la ciudad de Betulia, amurallada y sitiada por el ejército extranjero, y engañando al militar para hacerle creer que estaba enamorada de él, consigue entrar en su tienda de campaña y una vez allí, en lugar de ceder a los galanteos de Holofernes, le hizo beber hasta emborracharlo. Cuando el militar cae dormido, Judit lo decapita con su propia espada, cogió la cabeza, la envolvió en un saco y regresó a su casa. Al amanecer, los habitantes de Betulia atacaron al ejército sitiador que, desconcertados al encontrar muerto a su general, se dieron a la fuga.

La decapitación de Holofernes por Judit ha sido objeto de plasmación en muchas obras de arte a lo largo de los tiempos. Cien años después de que Caravaggio pintara esa tremenda escena, continuaba provocando reacciones de horror y sorpresa entre los visitantes de los museos donde estuvo la obra que, en la actualidad cambia su efecto inicial de horror por la curiosidad. Caravaggio recurre, como es habitual en su pintura, a un casi forzado realismo, que desnuda el alma de los personajes de la acción ante el espectador. Es imposible no estremecerse ante la firme decisión de la bella Judit. Con serenidad de estatua, tira de la cabeza del general, con cuidado de mantenerse apartada de la sangre que mana a chorros. La criada, entre espantada e hipnotizada por la acción, espera con un paño a recibir el trofeo que llevará a la ciudad para demostrar la muerte del tirano.

Se dice que, después de su hazaña, muchos pretendieron a Judit como esposa, pero ella prefirió guardar su viudedad hasta su muerte, ocurrida a avanzada edad.