Eso es lo que deberían hacer los políticos: hablar menos y hacer más. Pero no lo hacen sino todo lo contrario. Los únicos que actualmente hablan menos, aunque escriben más, son los jóvenes y los adolescentes. Hablan menos pero por el móvil, se entiende. Pese a la agobiante publicidad de las compañías operadoras telefónicas resulta que, según los datos existentes, un 80 por ciento de los usuarios de menor edad han sustituido decididamente la conversación por el uso de la mensajería.

Eso ocurre en Estados Unidos pero al parecer y sobre poco más o menos es un porcentaje que se puede extrapolar a Europa y por lo tanto a España. La verdad es que tampoco causa tanta sorpresa, viendo como se ve a todas las horas y en todos los sitios, a personas y no solo jóvenes sino de cualquier edad liados con el correo del móvil, viendo si les han llegado mensajes o enviándolos. Una aplicación, récord de éxito mundial, Wassap, o Whatsapp, y otras similares, han sido las causantes del hecho, que ha supuesto un descenso significativo del auge de los recados escritos.

La inmediatez, la práctica gratuidad, el seguimiento del envío, y hasta el poder conocer si el mensaje mandado ha sido recibido y leído por el destinatario, son los puntales de la gran aceptación que han obtenido estas redes. Cierto que había y hay otra clase de correos similares a través de Internet y del mismo teléfono, pero el sistema se ha impuesto por su sencillez. Todo son ventajas o lo parece. Frente a la llamada telefónica, no hay que estar pendiente de si es o no el momento oportuno de hacerla o recibirla, no son necesarias más palabras que las justas, y en cualquier caso el receptor puede contestar cuando quiera o pueda. Comunicación asíncrona se denomina esta figura, que muchas veces se acompaña con ilustraciones o imágenes expresivas que constituyen un mensaje por si mismas.

Todo lo cual, sin embargo, se queda muy corto de cara a un futuro tan cercano que en realidad ya está aquí y habita entre nosotros, de atender a lo que ha dicho, en una conferencia en Oviedo, la directora científica de Telefónica I y D, quien afirmó rotundamente que el móvil va a desaparecer. Y no es que vaya a desaparecer la civilización, sino que puede que pronto sea, como tantas otras cosas en esta era de la velocidad, algo así como un objeto de culto, como lo son ahora los Motorola de hace dos décadas. Y cita la señora Oliver entre otros gadgets o cachivaches tecnológicos revolucionarios: las gafas de realidad aumentada que permiten ver el contenido digital, o incluso el más difícil todavía: el retina display que prescinde de las gafas y permite ver la imagen directamente en la retina.

Todo lo cual se unirá a lo que ya se ha empezado a llevar y se vende por millones como los dispositivos electrónicos en forma de relojes, a los que seguirán los tatuajes con circuitos sobre la piel y otras formas de comunicación multisensoriales en las que ya se trabaja, como la transmisión de aromas o el envío de besos, los chalecos para sentir abrazos, y los sabores al gusto, ya sean dulces o salados. Y es como ya se sabe: hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Esperemos que sea para bien.