Hace cincuenta años, el 14 de junio de 1966, el papa Pablo VI derogó el "Índice de los libros prohibidos", que había sido promulgado por primera vez el 24 de marzo de 1564 por el papa Pío IV a petición del Concilio de Trento. En sus 402 años de vigencia, se redactaron 40 ediciones preparadas por la Comisión del Índice; la última, elaborada en 1948, contenía unos 4.000 títulos censurados, entre otros motivos, por herejía, deficiencia moral, sexualidad o ideas políticas. Sobre quienes los leyeran recaía la pena de excomunión.

El "Índice" fue una de las primeras medidas de la Contrarreforma para frenar la divulgación de las ideas reformistas del agustino alemán Martín Lutero.

Hoy causa perplejidad la sucesiva inclusión en el "Índice" de escritores como Jean de La Fontaine y François Rabelais; de pensadores como René Descartes, Blaise Pascal, Baruch Spinoza, David Hume, Immanuel Kant, Auguste Comte, Jean-Jacques Rousseau, Thomas Hobbes y Jeremy Bentham; de científicos como Nicolás Copérnico y Johannes Kepler. La lista se amplió con buena parte de los novelistas europeos del siglo XIX: Honoré de Balzac, Émile Zola y algunas obras de Víctor Hugo; la novela "Madame Bovary" de Gustave Flaubert fue incluida por pornográfica. Entre los autores modernos figuraban Anatole France, André Gide y Jean Paul Sartre.

También estuvo censurado el "Lazarillo de Tormes", cuyo autor anónimo titula el Tratado Quinto "Cómo Lázaro se asentó con un buldero y de las cosas que con él pasó". Buldero se llamaba entonces al comisionado que distribuía y cobraba las bulas de la Cruzada y recaudaba las limosnas que daban los fieles. El asunto de las bulas fue precisamente una de las grandes críticas de Lutero a la Iglesia católica.

En España, además de la vigencia del "Índice de los libros prohibidos", jugó un papel muy coercitivo la Inquisición, primero con la quema de libros considerados heréticos en Toledo, Barcelona y Valladolid y después con la elaboración de un "Índice expurgatorio"; en él se señalaban las frases, los párrafos o las páginas que contenían ideas sospechosas de ser heréticas y que debían ser suprimidas o tachadas de los libros. A Miguel de Cervantes, por ejemplo, se le censuró un pequeño fragmento de la segunda parte del "Quijote": tuvo que suprimir esta advertencia que hace la condesa de Trifaldi a Sancho Panza: "Las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada".

En el "Índice expurgatorio" se explica que algunos libros, como los de fray Luis de Granada, Francisco de Borja o Juan de Ávila, fueron incluidos "no porque sus autores se hayan apartado de la Santa Iglesia Romana, sino porque contienen citas de otros autores, o incluso porque no es conveniente que ciertas tesis sean accesibles en lengua vulgar". De hecho, Francisco de Borja y Juan de Ávila fueron canonizados.

Hasta las dos primeras versiones de la Biblia al castellano estuvieron incluidas en el "Índice de los libros prohibidos". La primera traducción de toda la Biblia al castellano, conocida como "Biblia del oso", la realizó en 1569 el exmonje jerónimo sevillano Casiodoro de Reina; la revisó su compañero Cipriano de Valera, que hizo otra edición en el año 1602; ambos, que se exiliaron y abrazaron el protestantismo, fueron perseguidos y juzgados por la Inquisición en ausencia.

La decisión de Pablo VI de derogar el "Índice de los libros prohibidos" fue uno de los frutos del Concilio Vaticano II. Un gesto tardío, sin duda, pero un signo de que la Iglesia católica quería reconciliarse con la cultura y con la modernidad desde la premisa de proponer pero no imponer, y menos condenar.