El mal, el sufrimiento y la muerte son los mayores obstáculos contra la felicidad del hombre. El anhelo más profundo de todo ser humano es superarlos. A esa superación la llamamos salvación.

Tratando de conseguir esa salvación, los científicos andan como locos buscando la fórmula de la inmortalidad. Y podemos pensar que algún día podrían librarnos de la muerte física. Los hay incluso que se empeñan en encontrar la fórmula científica (y también política) de la felicidad. Esta sería una salvación humana que -como la historia nos muestra cada vez que se ha querido construir el paraíso en la tierra- terminaría siendo un auténtico infierno. Todo ello por la ignorancia o la negación de que la causa de la infelicidad humana no es un defecto físico, sino una herida espiritual mucho más profunda llamada pecado o separación de Dios, de quien depende la vida. La ciencia y la política, nada ni nadie de este mundo nos librará jamás del pecado, ni nos unirá a Dios, único capaz de eliminar el pecado.

La palabra de Dios nos presenta hoy tres milagros que nos hablan de la verdadera salvación, que solo se da en Dios. En el Antiguo Testamento es la curación de una grave enfermedad gracias a la invocación del profeta Elías. En el Evangelio Dios mismo en Jesús devuelve la vida a un niño muerto con solo tocarlo. En la carta de san Pablo no se trata de una revivificación corporal, pero sí de una resucitación espiritual, de un cambio de vida. Pablo andaba muerto en el judaísmo persiguiendo a la Iglesia, pero su alma es devuelta a la vida tras el encuentro con Jesús, como le es devuelta la vida al niño llevado a enterrar al encontrarse con él y es curado el hijo de la viuda.

Los tres milagros son signo de la salvación que Dios ofrece a los que creen en él y signo del Reino de Dios que actúa en la persona de Jesús. Pero estas revivificaciones son aún insuficientes. La salvación estaría incompleta si solo se quedara en una mera curación de enfermedades, en una vuelta a la vida terrena o en un mero cambio ético o espiritual. Las revivificaciones bíblicas apuntan a una salvación completa y definitiva que no se da sino en la vida unida y recreada junto a Dios. Esta nueva vida es la resurrección. No es lo mismo una revivificación que la resurrección. Los revividos vuelven a su vida normal, continúan experimentando el mal, siguen sufriendo y terminan muriendo. En los resucitados, por el contrario, no se produce una simple vuelta a la vida, sino que se produce un verdadero cambio ontológico que afecta a toda la persona y le da plenitud, tanto en cuerpo como en alma.

Así que menos cremita antiedad y tanto gimnasio, y confesémonos más.