Steve McCurry es eso que ahora han dado en llamar fotoperiodista, profesión en la que es uno de los más reputados ya desde que saltó a la fama con la fotografía de una niña afgana de 12 años que ocupó en 1985 uno de los números de la revista "National Geographic". Tras ello ha realizado fotografías en todos los rincones del mundo.

Ahora su nombre está rodeado de polémica al descubrirse que ha publicado fotografías en las que el tratamiento con programas de edición ha ido mucho más allá de lo que autorizan las normas generalmente asumidas por su profesión. Borrar o insertar artificialmente objetos o personajes en las capturas realizadas con su cámara distorsionando con ello la imagen captada ha generado una controversia que destapa la dicotomía entre arte y periodismo.

El fotógrafo se defiende manifestando que no todo su trabajo es documental, que él es un mero contador de historias con sentido estético. Otros periodistas lo atacan postulando que solo en el arte se puede retocar. Hacerlo en periodismo es mentir.

Quizás más allá del purismo de la terminología, usos y costumbres de una determinada profesión, lo esencial estribe en determinar hasta qué punto los añadidos o elusiones distorsionan, manipulan o limitan la información que se facilita a sus receptores.

Vean algo parecido en lo ocurrido esta semana con la aparición de los nombres de Carmen Luis Heras y esposo en los famosos papeles de Panamá. Algunos de los suyos hablan ahora de ella como exsenadora, otros como exdelegada territorial, cada cual tratando de apartarla del ámbito político que más de cerca les toca.

Retoques para borrar, como los de McCurry. Los partidos políticos se han convertido en Photoshop. Igual permiten que sus "recaudadores oficiales de B" se enriquezcan repartiéndose los ingresos, que otorgan digitalmente magníficas trayectorias o que simulan no conocer a algunos de sus miembros cuando caen en un renuncio.

En realidad Carmen Luis posee, por méritos que sin duda habrá quien conozca y destaque mejor que yo, el currículum político más amplio de la Zamora de las últimas dos décadas. Procuradora autonómica, delegada territorial de la Junta, vicepresidenta de las Cortes de Castilla y León, senadora y, atención: por designio de la dirección regional con mentor abulense, -aquí empezó todo- inesperada secretaria provincial del PP y mano derecha de García Carnero.

Con esas referencias, notable ver a los suyos aplicando de urgencia el Photoshop y a los contrarios cayendo en la trampa y pidiendo responsabilidades a Martínez Maíllo por "haberla nombrado". Sin "retoques" la historia es bien distinta. Martínez Maíllo debe más que a nadie su primera presidencia del partido en Zamora al matrimonio ahora en cuestión. De bien nacidos dicen que es el ser agradecidos, ¿no?

Seguramente no tendrá nada que ver, pero mientras escribía la columna, escuchaba el Jazz suave del grupo belga "Vaya con Dios".

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