Después de algunos años de trabajo repartiendo responsabilidades hemos conseguido que, con la colaboración de un pequeño grupo de personas, la parroquia se gestione prácticamente sola en todo aquello que pueden hacer los laicos: visitar a los enfermos, rezar con ellos y con sus familias, dando gracias a Dios por la vida manifestada incluso en la debilidad de la ancianidad o la enfermedad, orar por sus dolores y por sus difuntos; recoger ropa y llamar para que vengan a por ella; recoger alimentos en dos o tres momentos del año; contar el dinero de las colectas y misas; rezar algunas novenas, dirigir algunas procesiones y hacer las rogativas para que los frutos de los campos sean copiosos; además de la limpieza y la preparación de lo necesario para la eucaristía. No son muchos, no hay niños, pero la parroquia mantiene viva su liturgia y su acción social.

Al acercarse esta última Semana Santa convoqué para preparar y, como siempre, aparecieron los más cercanos para repartir las tareas de las celebraciones del Triduo Pascual. En la preparación solemos leer algunas indicaciones del calendario litúrgico pastoral de la Conferencia Episcopal. Escuchamos juntos unas palabras, duras palabras para parroquias (o lo que quedan de ellas) que en otro tiempo llenaban el templo y el tiempo de sus sacerdotes por la cantidad de actividades, proporcional al número de vecinos, familias y niños que poblaban las calles del pueblo. Las duras palabras fueron: "Para la celebración adecuada del Triduo Pascual se requiere un número conveniente de ministros y colaboradores?". Antes de que yo les dijera nada -que ya está dicho todo- concluyó una de las asistentes que ellos no tenían suficiente gente como para leer las lecturas y hacer un Triduo solemne. Intenté levantar el ánimo haciéndoles ver que también podemos hacer algunas celebraciones sencillas. Pero más duro fue el siguiente párrafo: "No se celebre el Triduo Pascual en aquellos lugares donde falte el número suficiente de participantes y procúrese que los fieles se reúnan a participar en una iglesia más importante". La conclusión de la comunidad reunida fue clara: es el ideal al que hay que tender. Poco a poco, sin prisa y sin pausa, esta comunidad tuvo la dura y valiente decisión de salir de sí misma para celebrar la muerte y la resurrección del Señor.