Ayer estuve en la última de las graduaciones de los alumnos que van a finalizar los estudios en los cuatro grados de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Salamanca: la de Relaciones Laborales y Recursos Humanos. En las semanas anteriores he compartido la experiencia con los estudiantes de Trabajo Social, Sociología y Comunicación Audiovisual. No sé si ustedes han estado alguna vez en un acto similar. Imagino que sí. Yo he asistido a más de una docena de graduaciones como padrino de las distintas promociones y, durante los últimos cuatro años, como decano de la facultad. Como pueden imaginar, son eventos que emocionan a casi todo el mundo. Porque una graduación universitaria es un día especial para todos los que han vivido de cerca la formación de los estudiantes. Pero sobre todo es una jornada emotiva para los padres, que han invertido muchas de sus energías personales en sus hijos.

Yo creo, sin embargo, que una graduación es eso y algo más. Es una magnífica oportunidad para hacer balance e imaginar también el futuro. Como decía ayer en el discurso oficial, uno de los retos que tienen por delante los que ahora terminan sus estudios es el de inventar su propio futuro. Porque no podemos olvidar que tanto para ellos como para cualquiera de nosotros cada día que amanece es el primer día del resto de nuestras vidas. De ahí que todos tengamos la obligación de inventar nuestro propio futuro. Porque el futuro es una página en blanco que hay que escribir y colorear todos los días. Ahora bien, que el contenido sea este o aquel dependerá no solo de nuestros buenos deseos, sino también de las circunstancias personales, familiares o sociales. Por eso precisamente construir el futuro nunca ha sido una tarea fácil. Es necesario superar retos importantes. Pienso en la búsqueda de trabajo, que quitará el sueño a más de uno. Pero que no cunda el pánico: la búsqueda de trabajo forma parte de la vida. Y la vida es una encrucijada, un camino que se bifurca, un reto formidable.

Inventar y construir el futuro es, por tanto, uno de los desafíos más importantes que tenemos por delante cada uno de nosotros. Y para que ese reto se convierta en una magnífica oportunidad es imprescindible también hacerse preguntas. ¿Saben por qué? Porque solo quien interroga a la vida está en disposición de encontrar una respuesta. Por eso es clave hacerse preguntas de forma permanente, en todas las etapas de nuestra vida, aunque corramos el riesgo de que nuestras interpelaciones puedan causarnos más de un problema. Los ciudadanos no podemos dejarnos vencer por quienes desean que triunfe el silencio, que son muchos y están diseminados por todos los rincones de la vida: en la política, en la familia, en la escuela, en la Iglesia, en los medios de comunicación, etc. Los silencios impuestos nunca han sido buenos compañeros de viaje, ni antes ni ahora. Y tampoco lo serán para los alumnos universitarios de la Facultad de Ciencias Sociales, a los que he acompañado durante las últimas semanas en las emocionantes graduaciones y a los que desde estas páginas envío un cariñoso saludo.