Por los palos y por los pelos ganó el Real Madrid la gran final de Milán, repitiendo el triunfo de Lisboa hace un par de años, aunque esta vez fuese en el último lanzamiento, magistralmente marcado por Ronaldo, de la tanda de penaltis a los que se había llegado como colofón a un partido y una prórroga que acabó en empate y con los jugadores, especialmente los blancos, agotados por el esfuerzo físico al que contribuyó, según cuentan, los 28 grados de calor a la hora de acabar el partido.

Pero ya se sabe que en fútbol lo importante es ganar aunque sea de penalti y en el último minuto, así que el Madrid conquistó su undécimo cetro europeo, muy escapado en su palmarés de cualquier otro equipo, Barcelona incluido. Culmina así una temporada que si no resultó brillante, con cambio de entrenador incluso, ha terminado de forma apoteósica, confirmando en el club, se supone, la continuidad de un Zidane que pese a haber ganado la Champions, el máximo trofeo interclubs, sigue sin convencer, o al menos sin convencer lo suficiente, aunque se confía en que acabe aprendiendo el oficio.

Y el caso es que no pudo comenzar mejor el partido para los madridistas que haciendo caso a las consignas del técnico horas antes, corrieron y corrieron, pero no solo eso, sino que hicieron gala de un fútbol magnífico, creativo, al hueco, por las bandas, que pudo obtener el premio del gol a los pocos minutos si el meta del Atlético de Madrid no hubiese salvado con el pie un remate a bocajarro, que se repetiría un poco más tarde, acabando con el balón en la red, aunque hubiese un posible fuera de juego, la jugada polémica que nunca falta y que luego se repetiría en el área blanca con un penalti excesivo y discutible que los rojiblancos desaprovecharon.

Lo peor para el Madrid fue que ese vendaval de buen fútbol duró apenas 20 minutos pues marcar el gol y echarse atrás, a defender, fue todo uno. Claro que el Atlético de Simeone empezó a empujar, temeroso de la pegada blanca, pero los de Zidane, no se sabe si cumpliendo órdenes de su entrenador o porque no eran capaces de hacer otra cosa, recularon, se juntaron atrás, cedieron el espacio y el esférico en una especie de suicidio asistido, y ya no hubo apenas más que dominio atlético, abrumador a veces, sobre todo en la segunda parte, cuando desaprovecharon la pena máxima al estrellar Griezman contra el larguero el lanzamiento, pero que tendría su fruto cuando a poco más de diez minutos del final los rojiblancos, que apenas chutaron a puerta, consiguieron el empate y la prórroga. En la continuación, en la tanda de penaltis, los palos volvieron a decidir, y el Atlético de Madrid volvió a quedarse con las ganas. Si los palos antes fueron decisivos, volvieron a serlo cuando Juanfran lanzó su tiro al poste.

El Madrid fue campeón pero no de forma brillante, pues salvo el cuarto de hora inicial pareció un equipo menor, cerrado y a la defensiva, partido en dos mitades, confiando solo en los contragolpes, pero los contragolpes de los blancos ya no son lo que eran ni en rapidez ni en acierto rematador. Se llevó la copa, pero pudo perderla fácilmente. Nunca mejor eso de venció pero no convenció.