Es posible, como se teme, que el resultado de las elecciones del 26-J pueda parecerse mucho al del 20-D. Pero ya sabemos que la campaña electoral no se parecerá en nada. Cinco meses no sirvieron para formar gobierno, desgraciadamente, pero sí para conocer mejor a los partidos y a sus líderes y, a partir de esa experiencia, llega una campaña bien distinta.

Antes la pugna iba solo de PP contra PSOE, más la incógnita de ver qué sacaban los dos nuevos. Ahora Sánchez y Rajoy siguen con su pulso para encabezar un gobierno, pero la campaña dibuja otros ejes de tensión: Podemos y su cohorte de aliados contra el PSOE por el "sorpaso"; y PP contra "el peligro extremista" de Podemos (más Izquierda Unida), convencidos de que ese duelo les dará votos a ambos -al PP y a Iglesias- para debilitar al PSOE que es el verdadero enemigo. Pero, sobre todo, lo nunca visto antes está en el pulso entre las dos formaciones nuevas: Ciudadanos y Podemos. Pablo Iglesias bautizó a Ciudadanos en la anterior campaña como "las nuevas generaciones del PP", que era una forma de ningunearlos. Hoy ya no puede decir eso porque Rivera alcanzó un acuerdo con el PSOE y no con el PP, aunque es verdad que el PP no tuvo interés alguno. Ahora Iglesias trata de ningunear al PSOE, aunque Sánchez ha movido piezas de veteranos expertos buscando un aire de Gobierno que él mismo no ofrece.

Albert Rivera busca ahora el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con Pablo Iglesias rompiendo el análisis de quienes creen que esto va de "nuevo contra viejo". Rivera, que llega fortalecido de su viaje a Venezuela, estima que hay una batalla entre lo nuevo que quiere un cambio a mejor, Ciudadanos, frente a lo nuevo que propone un cambio con el que España puede ir a peor.

Empecemos por Venezuela. Ha trascendido que Zapatero le recomendó no hacer ese viaje -quién sabe por qué- mientras que Felipe González le animaba a ir "porque te esperan, porque tienen muchos problemas y porque no hay política exterior española desde finales de los 90". Poco discutible es eso, que incluye una enmienda a la totalidad al segundo periodo de Aznar, a las dos legislaturas de Zapatero y a la de Rajoy. Hay diplomáticos que admiten en privado que la política exterior en Latinoamérica la hacen las empresas españolas -solo en Chile hay mil quinientas- pero no el Gobierno, que está ausente.

Convencido de que Pablo Iglesias "ha decepcionado a una parte de sus seguidores porque esperaban de él que defendiera sus problemas en el Congreso y no que se dedicara a hablar solo de sí mismo y de su sillón de vicepresidente", Rivera busca un debate cara a cara, o más de uno, con el líder de Podemos. Primero Rivera rechazó la propuesta de Jordi Évole de sentarlos otra vez a los dos en el bar del Cuco, para pedir un debate más formal. La Sexta lo programó pero Pablo Iglesias no aceptó. Así que Rivera tuvo que acudir al programa de Évole pero con condiciones: nada de verse en un bar como colegas y nada de grabar cuatro horas para que se acabe emitiendo una. El debate, casi un falso directo, se grabó el sábado por la tarde en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y se emitirá el domingo que viene. La audiencia puede ser espectacular y su impacto en la campaña, según cómo vayan las cosas, de gran influencia. Ciudadanos, como el PSOE, tiene menos aliados mediáticos que PP y Podemos por lo que introducir una cuña del eje de debate que se pretende -en este caso las propuestas de Ciudadanos para las clases medias frente a las de Podemos- es muy difícil. De ahí la importancia de ese encuentro dialéctico, quizás crucial para el mensaje que pretende Rivera: que para parar a Podemos es más eficaz Ciudadanos que el PP.

Y después llegará el otro debate, a cuatro, con Rajoy presente, por primera vez. Difícil papeleta para todos. El anterior, pese a quien pese, lo ganó Pablo Iglesias especialmente por un último minuto muy emocional, a la altura solo de grandes comunicadores y asesores de excelencia. Pero aquí aprende todo el mundo. Ya ven, resultados inciertos, quizás parecidos, pero campaña bien distinta. No nos vamos a aburrir.