A Rajoy le han vuelto pillar con el carrito de los helados, una vez más, y ya ni se sabe cuantas veces. Claro que menos credibilidad de la que tiene desde que es presidente del Gobierno ya no puede tener el hombre. Cosa que le debe dar igual, porque lo único que parece importarle es seguir siendo el inquilino de La Moncloa, aunque el 70 por ciento del electorado no le quiera y se manifieste en las urnas a favor de otras opciones y otros candidatos. Lleva más de tres décadas viviendo de la política, sin bajarse del coche oficial, y tampoco va a dejar de resistir por una mentira más.

Porque resulta que mientras en España, e incluso a algunos medios extranjeros, declaraba muy melifluamente que si el PP continuaba gobernando iba a bajar enseguida los impuestos, a Bruselas llegaba una misiva del presidente en funciones del Gobierno de España dirigida al presidente de la Comisión Europea, el también conservador Juncker, en la que Rajoy aseguraba que para cumplir con el objetivo de déficit impuesto estaba dispuesto, una vez celebradas las elecciones del 26J y si él continuaba presidiendo el Ejecutivo español, como esperaba, a aprobar de inmediato a nuevas medidas drásticas de austeridad y ahorro, lo que viene a significar de entrada no solo que no bajará los impuestos, sino que los volverá a subir. Puede, sí, que de eso modo trate Rajoy de evitar la cuantiosa multa con la que ya Bruselas ha anunciado una sanción a España por el manifiesto incumplimiento de sus objetivos de deuda pública, que en vez de bajar, como era obligado, se ha vuelto a incrementar.

Parece que en la carta no se especifican exactamente cuáles serán esas medidas de ahorro, esos nuevos recortes, aunque son bien fáciles de imaginar, pero lo que sí consta en el escrito es que el PP culpa de ese caro incumplimiento a los grandes débitos generados por el mantenimiento de las comunidades autónomas, como así ha sido en realidad, con sus inmensas legiones de políticos, instituciones duplicadas, asesores y enchufados en la administración paralela regional. Pero como siempre a Rajoy ni siquiera se le ocurre pensar en desmontar en lo posible el tinglado, porque ese es el tinglado de los suyos, de la casta política, de los intereses creados, a costa de todos los demás. Y aunque lo dijese, como prometió hace cuatro años, tampoco lo iba a hacer, así que ya ni siquiera se molesta.

Mientras, los datos del INE aseguran que un 29 por ciento de la población se encuentra en el umbral mismo de la pobreza y que en un 13 por ciento de los hogares españoles se llega con dificultad a fin de mes. Bastante les importa a los que mandan. Tamaño cinismo ha exasperado a los partidos de la oposición, que piden explicaciones al presidente en funciones y que rechazan el compromiso de Rajoy, que no es más que otro candidato, a quien Sánchez ha acusado de mentir sin pudor. Rivera, más comedido por si las moscas, reprocha al PP su postura cuando no sabe quién gobernará tras las elecciones, y desde Podemos se tacha a Rajoy de incoherente e irresponsable. Y todos se muestran de acuerdo en un punto: la renegociación del déficit tiene que ser cosa del nuevo Gobierno, sea el que sea.