Que la incorporación de las herramientas tecnológicas a la educación, y pongo especial énfasis en herramientas, es indispensable y va más allá de una moda, por mucho que algunos consideren su irrupción como una avalancha, es una cuestión totalmente fuera de debate y las últimas leyes educativas recogen, con buen criterio, la necesidad de que los alumnos en su formación primaria y secundaria adquieran las destrezas y competencias necesarias en el manejo de las que, lejos de ser tecnologías del futuro, son útiles de uso cotidiano. Ahora bien, el tema, en mi opinión, precisa de un análisis que parta de dos situaciones bien diferenciadas: el aprendizaje en el manejo de las tecnologías en el aula y la incorporación de las mismas al aprendizaje de otras materias.

Respecto a lo primero, poca discrepancia ha de haber, ya que la escuela, en su más amplio sentido, tiene el deber de formar a los alumnos en y para la realidad de su tiempo y, por lo tanto, es fundamental que estos adquieran un conocimiento en el uso de unas herramientas que les van a acompañar más allá de su vida personal y académica, pues no hay profesiones que puedan estar totalmente al margen del uso de las tecnologías, bien porque estas son esenciales para su desempeño, bien porque son imprescindibles para la publicidad y venta del producto. Así pues, y lo recoge la legislación educativa, bienvenida sea la incorporación de disciplinas como TIC para que los alumnos aprendan los entornos tecnológicos en los que se desarrollará su vida profesional futura.

Pero es respecto de la segunda cuestión, la incorporación de las tecnologías al proceso de aprendizaje de otras áreas, donde surgen las discrepancias entre los más fervientes defensores y aquellos que miran estas tecnologías con recelo, y poco ayuda a aproximar distancias el hecho de que no tenemos indicadores cualitativos claros de cómo mejoran los resultados finales del proceso de aprendizaje su incorporación, de ahí que por cada publicación que aparece contando los parabienes surjan otras tantas señalando lo contrario, quizá la más llamativa la de los gurús de Silicon Valley apostando para sus hijos por colegios de corte más tradicional.

En cualquier caso, el debate ha de dirimirse teniendo muy presente que las tecnologías no son, y vuelvo al principio de esta reflexión, más que herramientas que han de estar al servicio de la misión pedagógica que trace cada centro y, por lo tanto, la tipología de las mismas y la progresión en su incorporación ha de venir determinada por el objetivo pedagógico fijado que, en ningún caso, ha de someterse al dictado de estas tecnologías, de natural rápidamente cambiantes, porque sería tan absurdo como pensar que lo esencial era la tiza y no lo que con ella se transmitía. Sentado esto, conviene no olvidar que educar es mucho más que incorporar conceptos y exige reposo en la transmisión y en la absorción, por lo que la implantación de las tecnologías ha de ajustar su trepidante ritmo al de la educación si no queremos quedarnos en una mera carrera entre centros a ver quién tiene más y mejores medios tecnológicos, que puede tener un valor publicitario, sin entrar a valorar qué aportan estos medios a la formación integral de sus alumnos como personas, como ciudadanos y como profesionales en un futuro. Y a este aspecto apuntaba en un reciente encuentro en la sede de Google España Marc Sanz, responsable de Google Educación para el sur de Europa, al hacer hincapié en la necesidad primigenia de perfilar la línea pedagógica del centro antes de desplegar un plan tecnológico.

En definitiva, si desde los centros educativos no se establece un plan de acción pedagógica que fije cuál es su misión educativa en su contexto y la imbricación que han de tener las tecnologías, como el resto de recursos educativos, en la consecución de ese fin, habremos desaprovechado los esfuerzos económicos y de formación de profesores que suponen estas tecnologías y, sobre todo, el potencial que tienen para contribuir a la mejora del proceso de aprendizaje y muy especialmente a la formación integral de los ciudadanos del futuro más inmediato.

Luis M. Esteban Martín (Zamora)