En este mes de mayo, cuando las cigarras aún no cantan y las hormigas empiezan a engordar el granero, escuchamos a lo lejos el aullido de los lobos que bajan de las montañas. No ha empezado la campaña electoral y ya comienza la refriega. Como la anterior aún está fresca en la memoria, no hay que repetir las promesas, pues no hemos olvidado que habrá dos millones de nuevos empleos en cuatro años, renta básica garantizada para todo el que no tenga trabajo y subida del salario mínimo hasta los ochocientos euros. ¡Claro, si ganan los nuestros! Porque si no, más de lo mismo, dicen. Solo que los ciudadanos ya estamos avisados de la veracidad de las promesas en campaña electoral: están para incumplirlas, replicaba cínico el profesor Tierno Galván, y de política sabía más que nadie. Pero junto a las promesas, que tratan de ganar nuestra confianza aludiendo al bolsillo, a la seguridad y al bienestar, están las consignas, las arengas o los toques de arrebato, para predisponer las conciencias de modo favorable, para ganar nuestra voluntad.

Frente al discurso conciliador y reformista de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias quiere alzar la voz de los excluidos recordando a Marx con su asalto a los cielos. "El cielo no se toma por consenso, sino por asalto". Es la inversión del aforismo de Clausewitz, la política como continuación de la guerra por otros medios. "Hay que patear el tablero", dice con jerga de tahúr, para referirse a la próxima negociación con el PSOE, su deseado aliado e íntimo enemigo.

La consigna, la palabra bélica, la invectiva, la soflama, no están hechas para estimular el pensamiento, sino para sembrar la confusión, para convertir al individuo libre en un adicto, en un hechizado que obedece al líder sin cuestionar sus mandatos. Se trata de embaucar, de espolear las conciencias, de cegar su capacidad de raciocinio ante meridianas verdades, dogmas irrefutables: la verdad siempre está de parte del líder, como antiguamente lo estaba Dios. Los jefes militares lo saben. Ante la inminente batalla, deben colmar el alma del soldado de halagos, amenazas veladas y áureas promesas para la victoria, a la vez que se estigmatiza de indigno, malvado o execrable al enemigo. Es el modo de prepararlo para el combate, para que ponga todo su empeño, la pasión y el sacrificio, e incluso la vida si fuera necesaria, en la lucha.

Rajoy quiere ganar al electorado con un mensaje moderado, de sentido común, positivo, pero advierte contra el peligro de un gobierno de la extrema izquierda formado por el PSOE, Unidos Podemos y sus confluencias, que Sánchez niega. "Sería un error descomunal hacer tabla rasa de las reformas y volver a 2011", dice, ignorando las graves secuelas que han dejado sus rigurosas medidas de austeridad, las mismas que han alentado ese extremismo del que aborrece. Ceñido a ese mensaje de moderación y sentido común, acusa a Rivera -su peligroso competidor- de ser cómplice de los radicales. "Llamaron extremistas a Podemos y después se sentaron con ellos", pues sentarse a dialogar con el adversario es un acto radical y extremista, lejano de la práctica moderada de no indagar soluciones de consenso. En esta "campaña de la esperanza", de sentido común, en positivo, denigra a sus adversarios al comparar su elección con el "juego de la ruleta rusa", sin temer la compasiva respuesta del agraviado de que votarlo a él sea hacerlo con el tambor repleto.

Es la búsqueda del voto útil, el voto de la estabilidad y la certidumbre, el "voto a la experiencia de gobierno" asegura Rajoy, ignorando, también, la profusa corrupción que corroe la participación de su partido en el poder y la ineficacia que le avala. Como dice su vicesecretario de acción sectorial, Javier Maroto -condenado por el Tribunal de Cuentas por un contrato perjudicial para las arcas municipales, cuando era delegado de Hacienda del Ayuntamiento de Vitoria-, "un ejemplo vale más que mil palabras", "y cientos, más que cientos de miles", me susurra al oído un amigo, que hasta ayer era de los suyos, sin la menor maldad.

Pero los ciudadanos de a pie no estamos en guerra. No queremos asaltar el cielo, ni que nos azucen con la supuesta radicalidad o necedad del adversario. Solo aspiramos a vivir en paz y concordia con nuestros vecinos, a que la fortuna no genere inmorales desigualdades, a que el dinero de todos no se lo lleven unos cuantos desalmados y a que los elevados impuestos no se diluyan en el despilfarro y la ineficacia. Ese será nuestro voto útil, de moderación y sentido común, positivo, alejado de los extremos.