Regresaba ayer a casa de dejar el coche para su arreglo en un taller de chapa. Y regresaba a pie. Al ver la redacción de un periódico pasé y vi encima de las mesas de los periodistas muchos libros. Miré sus títulos. Hablaban de desilusión desencanto, crisis, desconfianza, violencia, desigualdades. Me obsequiaron cuatro. De vuelta a casa pensé lo que ahora redacto. Nos quejamos, casi todos nos quejamos. El descontento, el inconformismo se ha generalizado. La crisis de confianza se extiende. Parlamento disuelto sin haber hecho nada, políticos en los tribunales investigados por malas prácticas, la gente desganada a votar de nuevo, padres que no cuidan de sus hijos con 14 y 17 años, que les consienten todo, se quejan de la mala educación recibida, profesores que quieren huir de las aulas, por la indisciplina e ingobernabilidad de sus estudiantes. Todos casi contra todos echando las culpas a otros sin mirar las propias y sobre todo corregirlas. No pocos dicen: no tenemos arreglo. Y pocos se aventuran para indicar dónde y cómo empezar para regenerarnos en parte o totalmente. Cuando se dijo que los parlamentos son puro teatro, los trabajadores de este medio protestaron que no les compararan, que su teatro era muy serio. Lo de los parlamentos es otra cosa: juego sucio, odio, intolerancia, incapacidad. ¿En virtud de qué artículo justifican ya sus sueldos de diciembre, enero, febrero y marzo, abril, mayo y junio? ¿Qué trabajo han realizado?

Pero dejemos a los otros y centrémonos en nosotros mismos. Frente a las crisis generalizadas entiendo que una parte de la solución puede venir por empezar con nosotros mismos. ¿Quién no tiene una finca sin cultivar o a medio rendimiento?, ¿quién piensa que administra bien todos sus bienes? ¿Qué ayuntamiento está seguro que administra eficazmente los bienes del común? Frente a la confianza o esperanza en los papeles para que las ayudas vengan de fuera, emerge la posibilidad de pensar qué podemos y debemos hacer para mejorar la productividad de lo que tenemos: fincas sin sembrar, prados sin segar la hierba, ni pacer, árboles estropeándose sin arreglar, propiedades con cultivos de siempre sin explorar nuevas alternativas, granjas y establos en situación medieval, donde se trabaja con mucho esfuerzo y sin un mínimo decoro y rendimiento. Todos los trabajos tienen su parte de peligrosidad y de gozo. La Zamora rural no puede seguir en el lamento y esperar que otros que no entienden más que de política se lo arreglen. Sentados en un banco que se cae y sobre terreno fértil. Bastantes de nuestros campos, se vaya por donde se vaya, gritan abandono, descuido, mal aprovechamiento, carentes de mano de obra, y nuestros sistemas de cultivo y ganadería atados a tiempos y modos de individualismo pasado. Parece que los avances han llegado solo para las máquinas, no para las personas.

Y los ayuntamientos precisan dinero para administrarse y ayudar según sus obligaciones. Algunos disponen de un patrimonio no siempre y en su totalidad bien administrado. Eso es lo primero. Y no renunciar a los repartos que en justicia les pueda corresponder de los fondos recaudados por otros organismos. Si tanto cacarean desde la Diputación que son insustituibles para el mundo rural y pequeños municipios y que además tiene remanentes en los bancos de decenas de millones, se me ocurre que pueden contratar a todos los ingenieros agrónomos y veterinarios de la provincia para que estudien a fondo la reforma y mejora de nuestros campos y ganaderías con el objetivo de que las profesión de agricultor y ganadero sea atractiva, permita ingresar lo suficiente y vivir bien con descanso y vacaciones. Que como en otros empleos también en la ganadería y agricultura por cada puesto libre haya 40 candidatos a ocuparlo.