Esa frase fue la última que pronunció Rafael Álvarez, "El Brujo", en el Gran Teatro Reina Sofía de Benavente. Sobrecogidos, entusiasmados y felices, los afortunados espectadores rompimos en aplausos agradecidos, que continuaran ya puestos en pie, sonrientes, pletóricos y cómplices de lo que allí había pasado. Era la noche del 15M, también de san Isidro Labrador. Fuimos invitados a un banquete sin saberlo. Nos vimos sentados a la mesa por un anfitrión delicado y tierno, descarado e irónico, cómico y trágico, real y ficticio. Nos ofrecía manjares para la inteligencia, chascarrillos para la carcajada y críticas para la reflexión. Había para todas las personas allí presentes, nadie se quedó ayuno. Pudimos solazarnos en unos u otros platos, con humor más grueso, para los que gustaran de potajes potentes, con alusiones sibilinas, para paladares más melindrosos, con derroche de fantasía para imaginaciones atrevidas o con medidas incursiones literarias que hicieron las delicias de propios, como del excelente lingüista y amigo Miguel Merchán, y extraños. Cada cual llenó su alma de lo que más apeteciera, sabido es que, en casa, en el trabajo o en cualquier espectáculo, no aspiramos sino a completarnos, haciendo acopio de aquello de lo que más privados estamos. Fueron noventa minutos, apenas hora y media que pareció solo media, pero nos pasaron tantas cosas en ese mecánico tiempo que en la memoria ocupa un ingente devenir de imágenes, de sonidos, de voces diferentes, pues son muchos los registros con que El Brujo nos embrujó, de palabras, sobre todo de ellas. No en vano, asistíamos a "Los misterios del Quijote o el ingenioso caballero de la palabra", que como recitaba: "Dicen que murió con el hábito de la fraternidad de los indignos esclavos del sagrado sacramento? De la palabra, y verdad es que la sirvió, como el caballero a su dama".

La metonimia que da título a estas líneas, ese cambio semántico por el que designamos al recipiente o vaso místico, el grial, con el término palabra, nos ilumina definitivamente la obra de Cervantes y, al tiempo, el trabajo de Rafael Álvarez. Son muchas las leyendas medievales que relatan la búsqueda del Santo Grial. Dicen que esa copa fue usada por Jesucristo durante la última cena. Ha sido motivo de recreaciones literarias, cinematográficas y culturales. Son muchos los objetos que podrían ser el auténtico, así como muy diversas sus localizaciones. Demasiada confusión, sobran interesadas historias y mentiras fabricadas por los poderosos, como cuando Hitler presumió de haberlo encontrado. Necesitábamos la clarividencia de Cervantes, de Alonso Quijano o de don Quijote. No hace falta buscar más. Estaba con nosotros, pero inconscientes, estúpidos, embaucados por el poder, miramos demasiadas veces al lado equivocado.

Ya Aristóteles comentaba que el hombre era el único animal de los gregarios, dotado de palabra. La tradición cristiana habla de que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Cristo es el Logos, la palabra o razón meditada, el hijo de Dios. Que hayamos disfrazado el lenguaje, que lo hayamos manipulado hasta la vergüenza, como ha hecho la Iglesia católica, no evita que la humanidad encuentre en la palabra su misma raíz, de la que se alimenta, con la que se fortalece y regenera.

De cómo usamos las palabras tratan todas las sociedades en crisis. También la nuestra, aquejada desde hace unos años de males sin cuento. Tantos son que podrían resumirse en uno: la perversión de las palabras. Así fue y sigue siendo hoy en día, se apropian del lenguaje, lo pervierten según sus intereses, después lo difunden por sus canales mediáticos de intoxicación programada, para conseguir sus objetivos: el poder político y económico. A eso han servido los dos grandes partidos de este país y lo siguen haciendo. Por eso celebramos el quinto aniversario del 15M, porque aquel movimiento desnudó a la política oficial española, hablando otro lenguaje, utilizando otras palabras. Ahora, más que nunca, vistamos el hábito de la fraternidad, sirvamos con humildad y exijamos respeto y veneración al valor de la palabra.