Don Quijote de la Mancha", nuestro libro más universal, ha sido considerado como un símbolo de España. Tanto es así que algunos autores lo mencionan como nuestro embajador universal porque muestra la realidad de una época. En un principio, se leyó como una obra más o menos cómica atendiendo a las aventuras y desventuras del caballero y su escudero. Con el tiempo, se reconoció su valor trascendental y se han ido extrayendo grandes enseñanzas quedando, incluso, como el gran libro de citas célebres.

Miguel de Cervantes nos muestra el panorama y las condiciones socioeconómicas españolas de la época (siglos XVI y XVII) poniéndolas en boca de don Quijote y Sancho. Nunca habla de la época en que los protagonistas realizan sus aventuras pero es de suponer que autor y personajes eran contemporáneos. Esa época forma parte del comienzo de la decadencia económica de aquel país "en el que nunca se ponía el sol". Cervantes, en este caso, ha sido relegado por su personaje y, así, es más común oír hablar de la "época del Quijote" que de la "época de Cervantes".

No olvidemos que Cervantes fue un gran conocedor de todas las clases económicas existentes debido a que trabajó como agente comercial de víveres para la Armada Española, fue recaudador de impuestos y, a su vez, hombre de negocios y eterno viajero por las desgracias que le tocó vivir.

Don Quijote era un hidalgo (noble con escasos bienes) que comía, y poco más, de las escasas rentas que tenía, cazaba y gozaba de exención de impuestos. Desde el comienzo de la obra queda clara su condición económica: "Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, y algún palomino de añadidura los domingos". Su presupuesto no difería mucho del presupuesto familiar de comienzos del siglo XX, donde se gastaba mayoritariamente en la alimentación de la familia, es decir, lo que se conoce como economía de subsistencia. Los lectores que participaron del éxodo rural saben muy bien a qué me estoy refiriendo porque lo vivieron en sus carnes hasta que cambiaron de vida, de lugar de residencia y de trabajo.

La agricultura y la ganadería, según el libro, constituían la base general de la producción atendiendo a las innumerables referencias de las actividades cotidianas de la población: arrieros, vaqueros, ganaderos, labradores, porqueros, etc. Todos ellos jerarquizados como amos, criados, vasallos, capataces o mayorales, por nombrar alguno. Alude, asimismo, a todo un abanico de profesiones liberales (venteros, barberos, letrados, secretarios, aguaciles, alcaldes o gobernadores, entre otros) poniendo de relieve una concepción democrática y humanística de la economía, la propiedad y el trabajo. No deja pasar por alto aquella sociedad que vivía de las rentas sin ningún tipo de esfuerzo: ricos, clérigos o falsos cargos que se compraban para ascender de escala social.

El sistema monetario y los impuestos son mencionados constantemente en el "Quijote". La moneda, los medios de pago, la forma de emisión y su utilización son comentados de forma constante y, en ocasiones, sin venir mucho a cuento pero sí entrelazado magistralmente con la conversación que sus protagonistas mantenían. Especial mención merece el tratamiento que se hace a la salida ilegal del dinero fuera de las fronteras, alegando que eran "falsos peregrinos" los encargados de realizar este trabajo. El legado que nos deja sobre el tipo de monedas usadas en la época son para descubrirse: reales, maravedís, cuartillos, ducados de plata, escudos o doblones de oro? Ciertos problemas de las vivencias narradas vienen de la mano de los precios y los salarios tan desproporcionados que existían entre las diversas profesiones y la diferencia social entre unos trabajadores y otros. Posiblemente sea de las primeras veces que se habla de la necesidad de las pensiones. Algo muy curioso es que no se tiene en cuenta la diferencia entre valor y precio (en nuestros días tampoco, todo hay que decirlo) explicando perfectamente qué es el beneficio: "diferencia entre precio de venta y costo".

Sancho, aunque se mueve por el interés, justo al contrario que don Quijote, es especialmente honrado y así lo demuestra en el gobierno de la ínsula Barataria del que no extrajo ni el más mínimo beneficio (de nuevo, como pueden observar, una copia exacta de nuestro presente más reciente).

Los bienes y servicios tampoco Cervantes se quiere olvidar de ellos. Casi siempre, por cierto, para criticarlos. Explica qué son las letras de cambio y ofrece una visión de acercamiento a lo que hoy conocemos como globalización. Sin duda, esa visión le viene al autor porque recordemos que fue un gran viajero.

El sistema fiscal se narra dividiendo a la población en dos partes: los hidalgos (no contribuyentes) y los pecheros (contribuyentes con independencia de que fuesen ricos o pobres). Por citar alguno de los impuestos y compararlos con los actuales: el pecho (hoy Renta y Patrimonio) y la alcabala (el IVA) eran los principales. Don Quijote no pagaba impuestos al disponerlo así los libros de caballería. Sale al mundo con lo puesto porque los textos que leía indicaban que los caballeros no necesitaban recursos económicos. El mundo en sí era el que correría con sus gastos y el que lo aprovisionaría de sus necesidades. Elige esta profesión porque no requiere ganarse el dinero. Sin embargo, en la segunda parte ya usa el dinero y asume un mundo basado en el capitalismo. Cervantes, en general, es muy crítico con los impuestos indirectos explicando que, en ocasiones, tenía más coste el impuesto que el producto (ahora tampoco es muy diferente la situación).

En fin. Un libro que sigue vigente en nuestros días por su amena lectura y por la cantidad de pensamientos que el lector puede extraer. No ha sido mi intención, ni mucho menos, ahondar profundamente en él, pero sí esperar a que suscite una lectura o una relectura aprovechando que este año se celebra el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes.

"El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho".

(*) Blogger y trader independiente