No es la primera vez que pasa, ni será seguramente la última, pues se viene repitiendo cada dos o tres años, según he podido observar en estos últimos diez o doce.

Cuando llegué esta tarde a casa, un sol tímido, animaba a libar a moscas y otros insectos en las flores de tomillo y alguna hormiga deambulaba por el enlosado del patio, pero ya era demasiado tarde. Al poco, el cielo se cubrió de un gris uniforme y se desplomó en abundante agua, pero poco importaba ya.

Los golondrinos nacieron hace cosa de una semana, en el portal delantero, sobre la puerta de entrada a casa, como vienen haciéndolo desde esos diez o doce años, Pero al ver las previsiones meteorológicas empecé a temer por ellos y no fue un vano presagio.

El domingo llovió toda la mañana, pero aunque la tarde estaba nubosa, no llovió y con una agradable temperatura, las golondrinas se enredaban prácticamente entre los pies de los paseantes en un vuelo a ras de suelo y sumamente lento, nada que ver con sus típicas y raudas cabriolas, Lo interpreté como una búsqueda desesperada de insectos que hubiera echado abajo la lluvia o el más fructífero botín de una hilera de hormigas, que es el insecto que me ha parecido ver con más frecuencia cuando deban a los polluelos, porque seguramente sean más fáciles de capturar que los insectos en vuelo, aunque mi impresión pueda ser errónea.

Pero el lunes y el martes, además de llover, bajó mucho la temperatura, lo que hizo desaparecer del ambiente a los insectos. La anoche de ese martes, encendí la luz a ver si estaban en el suelo, donde aparecieron esta mañana los cuatro polluelos muertos.

Pasa cada vez que, en el principio de la primavera, hay unos días de tiempo lluvioso y frío y, por lo tanto, no hay insectos y al no alimentarse de otra cosa, los padres no les pueden traer comida y mueren de inanición, también se da alguna vez en las puestas tardías. Suelen aparecer en el suelo, no sé si porque se arrojan por desesperación o si los padres los retiran para hacer la puesta más tarde. En todo caso no mueren por la caída, porque en la mayoría de las puestas hay que rescatar alguno que se cae y, por pequeños que sean, siempre han sobrevivido, se les sube al nido y se desarrollan con normalidad.

Con frecuencia nos traen a los informativos tragedias de otros animales con más nombre, como las célebres ballenas varadas. Yo que he visto este fenómeno y en períodos de dos o tres años, como escribí al principio, y que, obviamente, ha de afectar a cientos, si no miles de golondrinos de el entorno cercano y de un área indeterminada de la península ibérica y que acaso afecte también a otras especies insectívoras.

No he leído nunca, ni en prensa ordinaria ni especializada que se recoja y dejo constancia, en estas líneas de esta pequeña tragedia, inevitable y natural, en este mundo en el que ocurren diariamente bastantes más de las deseables evitables y provocadas.

Jesús Emilio Monje