Hoy es Pentecostés, fiesta del Espíritu. Es una fiesta de alegría en la Iglesia: si el domingo pasado celebrábamos la Ascensión de Jesucristo, la vuelta de Jesús a la casa del Padre, hoy celebramos con gozo que no estamos solos: el Espíritu de Jesús está entre nosotros y alienta la Iglesia.

Es fácil descubrir un Dios Padre, Creador de todo, que nos envía a su Hijo, Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien, que murió por nosotros y que resucito al tercer día, subió al cielo e intercede por nosotros delante del Padre. Pero quizás es algo más difícil entender al Espíritu Santo, "el gran desconocido" para muchos cristianos.

El Espíritu rompió las cerraduras de las puertas del miedo de la primera comunidad de los apóstoles y los llenó de valentía evangelizadora. Del temor cobarde pasaron a un valor intrépido. La venida del Espíritu significó para aquel puñado de discípulos el fin del miedo y del temor. Las puertas de la comunidad se abrieron. Nació una comunidad humana, libre como viento, como fuego ardiente.

También hoy nos pueden los miedos, muchas veces vivimos con las puertas de nuestras vidas cerradas por temor. Sin embargo, el Espíritu rompe las cadenas y nos invita a un anuncio misionero explícito y valiente. Nos invita a salir a las periferias de nuestro mundo y anunciar con alegría la Buena Noticia del Evangelio.

La misión surge espontáneamente de la experiencia gozosa de la fe que se ha alimentado en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. Eucaristía y misión se fecundan mutuamente y urgen a todos los discípulos de Jesús a sentirse deudores del don que han recibido. Don que han de llevar a los que todavía no conocen el anuncio que es capaz de transformar sus vidas.

María, que engendró a Jesucristo en el sí confiado de Nazaret, también engendra la comunidad de los creyentes, uniendo a los apóstoles dispersos en la espera de la venida del Espíritu Santo. Ella, evangelio vivido, es también maestra del evangelio de su Hijo. Le pedimos: que ella que alentó los primeros pasos del Salvador en el mundo y quitó los primeros miedos de la Iglesia naciente de Pentecostés, nos dé la valentía necesaria para proclamar el Evangelio de su Hijo con obras y palabras, con el testimonio de nuestra vida.