El jueves 12 de mayo lo recordaré como un día maravilloso en mi vida. Y todo por lo que sucedió en El Manzano, un pueblo de la zona oeste de Salamanca, muy próximo a Monleras, otro enclave que ya ha sido protagonista, por múltiples razones, en esta misma columna. Llegué a El Manzano unos minutos antes de las 18.30 horas para compartir el tiempo en una experiencia de educación popular que han impulsado la Diputación y la Universidad de Salamanca, donde trabajo. Y digo "compartir el tiempo" con todas las consecuencias, porque lo que sucedió en la antigua escuela de la localidad fue algo único e irrepetible. Unas treinta personas, de varias edades aunque en su mayoría jubiladas, acudieron a la cita. No tenían más información que un escueto título: "Recuerdos y experiencias de las personas mayores en los pueblos salmantinos". Y yo, que era el responsable, tampoco sabía muy bien cómo ejecutar el trabajo encomendado.

Tras la comida en la ciudad charra, me dirigí a El Manzano. En el trayecto, mi hijo, que me acompañaba, y este escribiente, diseñamos seis actividades, ya que entendía que el contexto y los destinatarios -un pequeño pueblo de apenas 70 personas empadronadas- se merecían algo muy especial. Algo que les hiciera sentirse como los verdaderos protagonistas de una experiencia que yo deseaba que marcara no solo sus vidas sino también la mía. ¡Y lo conseguimos! Durante más de una hora y media, desarrollamos y compartimos el plan de trabajo que habíamos previsto en un viaje muy especial. Todos tuvieron la oportunidad de escribir y expresar vivencias, recuerdos, penas y alegrías; de recordar hechos significativos, juegos de la infancia, tareas y trabajos; de comparar el antes y el ahora; de resaltar los recursos y los valores de la localidad donde vivían; de emocionarse e incluso de derramar lágrimas al recordar escenas pretéritas que han dejado huellas en las biografías personales y colectivas.

La atmósfera que nos envolvió a todos durante los minutos compartidos no la había sentido desde hacía mucho tiempo. Yo iba como "experto" a impartir una charla y resulta que los verdaderos expertos fueron las personas de El Manzano, que con sus vivencias me dieron una clase maravillosa sobre la vida. Por eso creo que este tipo de experiencias deben recuperarse, grabarse y compartirse. Son un patrimonio personal y comunitario que no puede pasar desapercibido. Pienso, por ejemplo, en los aprendizajes que pueden obtener las generaciones más jóvenes, nacidos y criados en otros contextos. Pero también aprendí, o más bien sentí, que estas prácticas son momentos únicos que pueden ser muy útiles para incrementar o reforzar la autoestima y el bienestar físico y psicológico de las personas. Por todo ello, muchas gracias de nuevo a quienes me hicieron tan feliz en El Manzano. Y espero que esta modesta reflexión sirva al menos para impulsar actividades similares en otros puntos de la geografía rural.