Hace escasos días celebrábamos el día de la madre. Bien se puede decir, sin miedo a equivocarse ni a exagerar, que en lo que se refiere a las relaciones humanas, la mayor y más perfecta de ellas es la relación madre-hijo, hasta el punto de crear un vínculo que une a ambos para siempre. Hablar de lo que es una madre supone hablar de ofrecer vida frente a tanta muerte, hablar de entrega frente a los que en nuestro tiempo solo sabemos mirarnos a nosotros mismos. Pronunciar la palabra "madre" nos tiene que llevar a darnos cuenta que en ella se incluyen estos aspectos y muchos más (gratuidad, desprendimiento, pasión, ternura, preocupación, atención, compañía, acogida, confianza...).

El papa Francisco hace unos meses se refería a las madres con estas palabras: "La opción de vida de una madre es la opción de dar la vida... Las madres son el antídoto más fuerte ante el individualismo egoísta". Y es que una madre es aquella que ha decidido descentrarse de sí misma y pasar a poner su vida en otros, es un negarse a sí para salir hacia el otro sabiendo que ese otro, su hijo, es alguien que le va a cambiar su vida para siempre, en lo bueno y en lo malo, pues no podemos olvidar que las verdaderas relaciones humanas son aquellas en las que el otro nos afecta y nos dejamos afectar por él, aunque a veces conlleve sufrimiento. Y eso se llama "misericordia". Y eso se llama "madre". Ellas nos reflejan cada día qué es la misericordia y en una relación madre-hijo es donde quizá mejor podemos ver (en nuestro lenguaje humano) como es Dios con cada uno de nosotros.

A esto es a lo que el papa Juan Pablo I quería hacernos mirar cuando dijo su famosa frase, que quizá los más mayores recuerden por su gran polémica y que he utilizado parte de ella en el título. Nos decía: "Dios es Padre, y todavía más, es Madre". Cuánto tenemos que aprender los jóvenes de nuestras madres, que cada día nos enseñan a vivir por y para el otro, con el centro de la vida fuera de sí, dándose siempre. Cuánta necesidad hay en nuestro mundo, tan marcado por el individualismo, el egoísmo, la indiferencia o el rechazo al diferente, de mirar a estos modelos que nos enseñan que la misericordia (poner nuestro corazón en el otro, especialmente en el más necesitado) se puede hacer presente en el día a día, en lo sencillo, en lo cotidiano, en el silencio de una mirada. Y esto, y solo esto, si nos esforzamos en vivir cada día así, es lo que salvará el mundo.