Solemos pensar que la Historia solo la escriben los grandes personajes en las que sus hazañas y sus nombres son reconocidos en los libros. Quedan también los restos arqueológicos que nos recuerdan épocas gloriosas, castillos, iglesias, catedrales, casas señoriales, etc. Pero poco sabemos de aquellas humildes personas que construyeron la auténtica sociedad de una época, sus preocupaciones, sus necesidades, penurias y alegrías. Esa Historia difícilmente la encontramos en los libros. Es en la memoria de nuestros padres y abuelos donde, simplemente escuchando sus experiencias, nos dibujan con toda precisión no solo acontecimientos sino, y sobre todo, sentimientos que nos permiten "viajar en el tiempo" y como desde una ventana observar una época en la que no vivimos.

En Zamora, y seguro que en todos los sitios, la época de los años 20 a los 50, período de gran escasez y con el terrible episodio de la Guerra Civil y la posguerra (aún más dura), tenía un denominador común: la solidaridad entre sus gentes. Ser vecino no era como ahora, un extraño del que nos suena su cara, no sabemos o no recordamos su nombre y del que prácticamente no sabemos nada de su vida, y probablemente no nos llega a importar.

Mi madre nos contaba, con una memoria prodigiosa, la vida y acontecimientos de todos los vecinos de los lugares donde vivió y en parte vivimos también sus hijos, como las calles Subida de las Peñas en San Lázaro, donde yo nací, de la calle Carniceros, de la Muralla,... sus nombres, ocupaciones, y acontecimientos vitales relevantes, y eso porque estaban en permanente contacto, y atentos a ayudar si estaba en su mano, para cualquier necesidad que se presentara al vecino.

Entre miles, una me parece especialmente relevante para ser contada. Año 1934, fallece mi abuelo Sebastián, carabinero, con 44 años y mi abuela con cuatro hijos y sin ingresos tiene que luchar para sacar de forma muy precaria a la familia en una época de hambre de verdad. Entre los vecinos una pareja sin hijos, Benedicto y Dolores, que ayudan en lo que pueden a sus vecinos y en especial a mi madre, entonces con 8/9 años, a la que consideran como hija propia, y a la que le prestan todos los cuidados y sobre todo mucho cariño.

Benedicto era concejal republicano en el Ayuntamiento de Zamora y en el año 1936 es fusilado. Su mujer, sin recursos, después de padecer grandes penurias fallece a los pocos años y son enterrados en una sepultura anónima en el cementerio San Atilano. No fueron los únicos, lo sé, y tanto es así que hace unos años el grupo de Izquierda Unida, apoyado por el PSOE, presentó una moción (que no fue aprobada) para rehabilitar el buen nombre y el reconocimiento del trabajo y dedicación a los ciudadanos de Zamora y que muchos, como Benedicto, pagaron con su vida.

Espero que se retome pronto esa propuesta y se restituya la memoria de todos los nombres tanto de concejales como funcionarios que o bien perdieron la vida o fueron expulsados de una institución a donde habían accedido por procedimientos democráticos.

Mi madre falleció el pasado día 7 de mayo y quisiera que este fuera también un homenaje a aquellas madres y padres que en condiciones de vida durísimas sacaron adelante una familia, con trabajo, sacrificio, amor, y cómo no, a la solidaridad entre los vecinos.

Esos son y serán siempre los héroes anónimos que escriben la auténtica historia de una sociedad, aunque no quede recogida en los libros y sus nombres no tengan ni siquiera una placa en el lugar donde fueron enterrados.