Bien sabe Dios que intentó acudir a la consulta del psicólogo sin éxito; me comentaba que el camino hacia allí resultaba demasiado tortuoso y pesado. Seguía saliendo del oscuro fondo del mar, esperando ansiosa y optimista el momento del fogonazo, la bienvenida del sol, el oxígeno que rebosaría sus pulmones y la paz por dejar de recorrer tanta inmersión.

Pero al parecer aún no era el momento y las noticias corrieron a la velocidad de la luz. Frente a ella, otra perdida compañera abandonó el barco; entonces se tambaleó de nuevo su razón y por varios minutos perdió la noción del bien y del mal, perdió la noción de caminar hacia adelante o atrás, de levantarse o volver a caer.

Y mientras la cuerda se retorcía para hacerle volver abajo, enmudeció y volvieron los fantasmas de la noche.

Otra compañera se marchó y ella? no deja de pensar en la debilidad, el desamparo, la fragilidad, la soledad y la impotencia de aquellas personas que cruzó aquel día, en los pasillos del hospital. Antepusieron su consulta por la gravedad del asunto, y ella que entró después, nunca se olvidó de ellos? iban aprisa, no intentando mantener la serenidad, no, solamente debilidad y terrible desamparo.

Seguro el día de hoy les golpeó aún más fuerte.

Y ella volvió a la profundidad del mar, del que nunca saldrá.

Hace unos días ella acudió a su segunda consulta con el psicólogo, segunda, que no tercera ni cuarta, segunda y última. Tantos años de estudio y trabajo para no descubrir la paz, la tranquilidad y sosiego. Tal vez su cometido era hacerla despertar, hacer daño para coger impulso, fuerza, garra y salir corriendo. ¡Qué se yo! A lo mejor esas consultas te golpean para que pienses que antes de entrar estabas mejor, con lo cual, seguir yendo implica empeorar, y entonces si dejas de ir te estarás recuperando.

Me gustaría saber, qué les diría a los familiares del alma que se fue ayer para que sus ojos desiertos e infantiles, recompusieran su sentido de la vida. ¿Tal vez sería amable, o les sacudiría el corazón? Cómo recuperar el aire que se fue, el que dejaba su cuerpo al pasar.

Seguirán bajo el mar, sumergidos en silencio de nuevo, esperando un rayo de sol que provoque el final de su inmersión. Y le diré a ella... le preguntaremos al psicólogo, al de tan arrogante talante y desmedida intuición,? le preguntaremos cómo acudir a la tercera consulta sin tropezar con todas las piedras del camino? le preguntaremos si merece esperar, cada semana, y hacer los deberes pendientes apuntados en triste papel, en triste silla, de triste consulta ?. Y pediré perdón si es necesario, porque igual que hubo quien encontró el sol al lado y pudo acariciarlo, también yo puedo tenerlo, no sé, un día de estos, quizá lejos de su guarida, cerca de casa.

María Jesús Rivas Hernández (Corrales del Vino)